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Sabes que estudiaste en un colegio católico si...

Hermano en Cristo que me lee: esto es un artículo de vacilón. No se coja a pecho lo que El Calce escribe porque estamos en este mundo para reírnos de lo que todos hemos vivido. Entre a su discreción, pero no nos hacemos responsables de sus reacciones.

La misa

Tenías que asistir a misa cada mes porque esa es prácticamente la primera ley de un colegio católico. Y aunque era algo súper aburrido, mejor querías aburrirte al lado de tu best friend para pasar la misa vacilando a voz baja de otra cosa que no fuera la santa misa. La maestra de religión siempre era la moderadora de la misa prácticamente por default porque ningún(a) otr@ maestr@ lo hacía y siempre hacías la señal de la cruz lo más rápido para poder salir de la misa, no importa si lo hacías bien o no.

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Las lecturas

Siempre había un lambón que leía en cada misa. Yo admito que fui uno, porque los demás eran lentos leyendo o se trababan y mira donde estoy ahora (¡BOOM!) La lectura de ambos testamentos era uno de los varios momentos más importantes de la misa (mejor dicho, todos eran importantes) que te enseñaban a reflexionar sobre el futuro triste que te esperaba el resto de tu vida si seguías estudiando ahí. La segunda lectura de la misa siempre empezaba “Lectura del apóstol san FULANO a los Corintios/Romanos/Filipenses/Colonenses” (¡qué recuerdos!).

El cuerpo de Cristo

La mejor parte de la misa era cuando repartían el pan por el sabor. Algunas veces no faltaba el que llegaba tarde y por salir de su casa sin desayunar, terminó desayunando el cuerpo de Cristo. Tal vez se hizo más santo por eso. Además, hubo al menos UNA vez en que te tocó comer del pan con vino (que sabor más horrible).

Los cánticos y oraciones

Con el hecho de haber asistido tantas veces a misa en tu colegio católico (o con tu familia los sábados), te aprendiste casi todas las canciones de alabanza que existen para todo tipo de ocasión, el credo, el dialogo de la consagración del pan… TO-DO (¡ay virgen santa!).

“María tú eres madre de la luz. Lámpara encendida, fuego luminoso que ofrece a Jesús”
“Creo en un solo Dios todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra…”
“Santo eres en verdad, Señor, fuente de toda santidad; por eso te pedimos que santifiques estos dones con la efusión de tu Espíritu, de manera que se conviertan para nosotros en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, nuestro Señor”

La oración de la mañana

La hora de la reflexión cada mañana era sagrada y más si tu maestra de salón hogar era la de religión. Cada mañana tenías que agradecerle a Dios por todo lo que te haya ocurrido desde la oración del día anterior. “Gracias Dios porque me recuperé de la operación. Gracias Dios porque mi abuela está bien de salud. Gracias Dios porque llegó la nueva temporada de Game of Thrones. Gracias Dios por darme zika”. Cosas así.

Semana Santa

Uno de los privilegios de estudiar en un colegio católico era que te daban la semana santa completamente libre y a los de la pública les daban solo el jueves y viernes santo. Cuando yo estudie en colegio católico, teníamos jueves y viernes santo libre y la semana siguiente también… completita. Imagínate si gocé o no de esos días libres. Perfecto para irnos de playa, pero siempre había in católico devoto que estaba en contra de la gente irse a la playa en la semana mayor.

El crucifijo

Nunca faltaba el bendito crucifijo colgado al norte de las pizarras en cada salón. El pobre Jesús ahí pudo haber estado sufriendo en esa cruz en la pared, pero estaba mirándote desde ahí, examinando y analizando tus pecados con el simple hecho de mirarlo fijamente. A la hora del examen, el crucifijo servía para rogarle que te ayudara a contestar el examen y no colgarte. Pero cuando las oraciones no funcionaban, tenías que tomar medidas drásticas y copiarte, para luego darte cuenta que Jesús te estaba viendo desde el crucifijo y arrepentirte.

La falda de las chicas

Esto es algo que TODOS los colegios católicos ponen en rigor. La falda de las muchachas tenía que descansar a la mitad de la rodilla, no al sur ni mucho menos en el norte de la rodilla, porque ahí en secreto, te ponían el sello de impura. Todas tus faldas tenían que tener la misma medida y altura exacta, y si no te mandaban una nota a tus padres para mandar a arreglarlas. Como puntos de bono, las medias tenían que ser del mismo color de la falda o de alguno aprobado por el colegio, usualmente blanco.

La imagen de los varones

Los muchachos no podían tener pelo largo, barba, patillas, pantallas, gorras, cadenas… nada que fuera en contra del reglamento y postura del colegio católico. Parecían que tenían caras de títeres, de deportista frustrado, bobolones, y uno que otro nerd. En otras palabras, gracias a este reglamento fue que nunca vi un caco, hipster o wanabí en el colegio católico donde estudié.

Saliste de algún closet

Seguramente acumulaste tanto odio durante tus años en el colegio católico que planeaste explotar como una bomba en el momento que te deshacías de todo en la graduación. El día de tu graduación (o días después) hubo gente que se declaró gay/lesbiana o bisexual, se cantó de ateo o hasta anunciaron que estaba embarazada para salvarse de la cacería de brujas que te echarían encima. O, simplemente dejaste de volver a la iglesia porque aprendiste lo que realmente enseña el catolicismo (no lo digo yo).

Pero, aun así, admítelo que terminaste amando (digo, ODIANDO) el colegio católico.

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