No eran ni las tres de la tarde y Plaza Italia ya estaba repleto de gente para ver el eclipse solar.
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Es natural que el punto neurálgico de la capital se llene para eventos de esta magnitud y el eclipse no fue la excepción. Cientos de personas ocuparon todo el espacio que pudieron entre el Parque Bustamante y Vicuña Mackenna.
Algunos lo hicieron con cristales para soldar, otros lo veían desde su móvil. La mayoría miraba al sol con sus lentes, donde algunos debieron sucumbir al sobreprecio de los vendedores: $6000 por un par, y se agotaban rápidamente.
La multitud más grande se concentró al frente del teatro Universidad de Chile, donde Paola Cilleruelo miraba atentamente el lento movimiento del sol. A su costado, y sentada debido a su avanzada edad, estaba su madre Mirta.
Paola nos contó que había traído a su progenitora de 90 años a un lugar tranquilo, y estaba sorprendida de la multitud. El evento era una excusa para emocionarse, y “también para ella, que a lo mejor es el último eclipse que va a ver en su vida”.
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A un costado de la Avenida Providencia, y con una larga fila para mirar a través de su telescopio, estaba Cristián Bravo. El aficionado a la astronomía llevó todo su instrumental para ponerlo a disposición de la gente congregada en Plaza Italia, de manera totalmente gratuita.
“La idea es hacer de esto un evento comunitario”, nos contó. “Que la gente pueda acceder a esto, sin pedirle permiso a nadie, es único. Es un evento que nos entrega la naturaleza, esta danza astronómica, y la idea es que la gente se pueda sorprender y lo pueda disfrutar. Es una suerte poder apreciarlo, no todo el mundo puede pagar un telescopio”.
Ante la pregunta si estaría en Plaza Italia con su telescopio el próximo año, para el próximo eclipse, la respuesta fue contundente: “Es altamente probable”.
Mientras pasaban los minutos la cobertura del eclipse solar se fue haciendo más grande. Mientras tanto, el transporte público tenía cada vez menos personas; todos ya estaban instalados, o buscando un espacio para ver el sol que ya se iba ocultando a través de los edificios.
En un espacio privilegiado a los pies del Cerro Santa Lucía, se congregó una pequeña multitud que observaba la delgada línea de sol entre la Biblioteca Nacional y un hotel de calle Moneda.
En ese lugar conocimos a Ximena, trabajadora de una conocida multitienda. Nos sorprendió su improvisado artilugio: un cristal para soldar grado 12 puesto en un cartón de Nintendo Switch, que compartía con sus compañeros.
Ximena nos contó que “era imposible ver [el eclipse solar], con tanto edificio en el centro”. Su intención era subir al cerro, pero para ese entonces el mirador ya se estaba ensombreciendo gracias a un par de edificios recientemente construidos.
“Como vimos que desde acá igual se veía bien, nos quedamos acá”, agregó.
Cerro Santa Lucía
Mientras tanto, el propio Santa Lucía se iba llenando de gente. Para nuestra sorpresa, la multitud no estaba precisamente en la cima: el mejor ángulo para el eclipse solar era el mirador norte, en el que no cabía ni un alma.
Los asistentes eran variados: aficionados fotográficos, escolares, muchísimos turistas, y una serie de oficinistas que se compartían lentes de cartón, comprados a última hora.
Una figura enmascarada nos llamó la atención. No necesariamente por la máscara de soldar, sino por la inusual manera de activarla: con un encendedor al frente.
Su usuario, Victor Ángeles (24), nos contó que no le quedó otra alternativa: “cuando fui a preguntar por los lentes de eclipse ya estaban totalmente agotados”, dijo. Su máscara -con una célula fotosensible- requiere una fuente cercana de luz para funcionar, por eso el encendedor.
Mientras hablábamos, un grupo de personas aplaudió y lanzó confetti para celebrar. Eran las 16:37, la hora en la que tendríamos el mayor oscurecimiento en la capital. Se escucharon silbidos y más aplausos. La gente seguía buscando un espacio para mirar al sol entre la sombra de los edificios adyacentes.
Plaza de Armas
Camino a Plaza De Armas, por calle Merced, la situación era muy extraña: una oscuridad similar al atardecer, pero demasiado temprano. Los altos edificios del centro ayudaron a acentuar esa sensación de final de día.
Cuando llegamos al otro centro neurálgico de la capital, nos sorprendimos: todavía quedaba gente, cerca de la pérgola y al filo de la Catedral Metropolitana. El sol estaba recuperando su espacio, al mismo tiempo que se empeñaba en esconderse de la gente.
En ese pequeño halo, Jaime Arturo García (51) le compartía su manchada máscara de soldar a su mujer y mejor amiga (en la foto), las que miraban risueñas al astro rey. En un coche, su hijo de un año permanecía tranquilo ante la situación.
El colombiano, proveniente de Cali, nos contó que trabajaba muy cerca en distintos oficios, así que aprovechó de reunir a su familia para ver el eclipse solar. “Estuvimos desde el principio acá, y lo vimos claritico, estuvo muy bacano todo”, aseguró en un marcado acento caleño.
Le preguntamos si su hijo pudo verlo, y nos dijo que no: “de pronto es muy fuerte para él”. Al menos no se perdió, nos dijo.
Para entonces, los pocos asistentes que iban quedando aprovecharon de mirar, al filo, cómo el sol se iba ocultando en la esquina de Correos de Chile. Sin mayor novedad, iban regresando de a poco a sus labores habituales.
El evento se iba acabando. Para la mayoría, sólo queda esperar hasta el próximo año, donde es muy probable que Chile sea nuevamente testigo de un evento astronómico de marca mayor.
Mientras tanto, la ciudad del 92% vuelve a la normalidad.