Jarana

Pa’ los tiempos de las bandas

Hoy me quito la gorra de caco y me pongo el sombrero de Gustavo Laureano para hablar de rock en español

Rock

Sobrinitos, hace tiempo no hablaba con ustedes. Estuve unos días alejado de El Calce para concentrarme en “La rosca a Macetaminofén” -by the way, gracias a todos los que fueron al show-, pero me mantuve leyendo los reportajes de todas las cafrerías de Pe Erre, y entre ellos me llamó la atención el del colega Yamil Pérez sobre la situación del rock en la isla. Acabo de cumplir 42 años, así que tengo autoridad para hablar del pasado; es por eso que hoy me quito la gorra de caco y me pongo uno de los sombreros de Gustavo Laureano para hablar de rock en español.

Fue en 1994 cuando se pegó el rock en español en Pe Erre… por ahí, más o menos. Antes de eso, existieron bandas como Top Banana, Whisker Biscuit -que luego se convirtió en Puya-, Mattador, Bartolo & The Nightbreakers y un paL más, pero sus canciones eran en inglés… bueno, excepto Bartolo, que cuando cantaba borracho lo hacía en el idioma de Macho Camacho. Y se entiende que estas agrupaciones lo hicieron en “el difícil” porque estaban construyendo la zapata de un género en el cien por treinta y cinco. Tenía que ser inglés, ya que el modelo de esa época era lo que se hacía en los Estados Unidos, y era USA el espejo donde el boricua de ese tiempo se quería mirar… aunque creo que esto aplica a la actualidad -todavía sin éxito-, pero no voy a hacer ese análisis ahora porque hoy venimos a hablar de música.

Pues fue en 1994 cuando el rock en español entró de lleno y estoy casi seguro que fue por culpa de Maná. Ok, vamo’ al contexto: como los rockeros boricuas solo estaban pendientes a las bandas gringas, el rock en español que se hacía en Latinoamérica llegó aquí tarde, es por eso que cuando se pegó “Mi primer día sin ti” de Los Enanitos Verdes, el vocalista Marciano -que en paz descanse- lucía como un señor de 45 años que salió de la casa pa’l supermercado, y del supermercado directo para hacer un concierto… ujum, en la primera página de este escrito ya estamos mencionando muertos. Continuemos.

Maná entra en la radio con “Rayando el sol” y “De pies a cabeza” -para ese tiempo cada emisora tenía un estilo y target bien específico-, pero como nadie sabía si esa banda era rock, balada o un grupo de buchas borrachonas, pues se colaron en un montón de ondas radiales. Recuerden esto: en ese momento, la radio tenía el súper poder de dictar lo que una masa iba a escuchar una y otra vez. No había YouTube, Spotify o Apple Music… la radio era la dueña y señora del gusto popular. Mis queridos doños tienen que aceptar que las rolas con las que creciste se escuchaban mejor desde un Walk-Man, ¿o estoy mintiendo?

El rock en español se colaba en las emisoras -el underground hacía lo mismo en la calle de forma paralela- y empezamos a conocer a un montón de bandas. Aunque Fher nos caiga mal por haber sido un güeleb*c*o con Ricky Martin y Bad Bunny, tengo que decir que él fue la señora que le abrió la puerta al resto de rockeros sin ciudadanía americana. Y de repente comenzaron a sonar todos: Los Fabulosos Cadillacs, Seguridad Social, Café Tacvba… y fue así que se formó un sonido que identificó a una juventud de diferentes escalas sociales, pero teniendo un impacto más cabrón en la clase media.

Yo estaba en octavo grado cuando en un intercambio de regalos pedí el cassette de “Maná en vivo” -el que tenía dos tapes- y conocí nuevas letras, más allá de lo que me ofrecía el rap, la salsa, el merengue y la música de Ednita Nazario que se escuchaba en Los Caobos. Jugando con las ondas radiales, descubrí un programa en Cosmos 94 de rock en español, y fue ahí donde por primera vez escuché a Fiel a la Vega: ya el rock no sabía a indígenas con chaquetas de cuero, sino que ahora sonaba al grito de indios con mahones.

Y de Fiel a la Vega pasó a Skapulario, Manjar de los dioses, Mancha del Jardín y un reguero de bandas que no eran rock puro, pero que ofrecían un sonido alternativo. En los noventitantos se escucharon tantos grupos que si pudiera describir esa etapa, la definiría como una lucha entre el merengue, la música americana y el rock en español, con el reggaetón cocinándose a fuego lento por debajo de la hornilla.

El rock en español tuvo una gran ventaja frente al ‘underground’: llegó a la radio mainstream sin enfrentar una resistencia moralista y también entró en la televisión; mientras los reguetoneros -que aún no tenían ese nombre- eran considerados como “tecatos” por fumar marihuana, los rockeros usaban drogas fuertes, pero eso era considerado “vida de rockstar”. También tuvieron ayuda en los medios impresos con publicaciones como la revista “En Punto” de El Nuevo Día y el magazine “Noctámbulo”, que distribuían gratis en Bora Bora y en los pubs.

Recuerdo que cuando la década de los noventa iba avanzando, más bandas locales surgieron, y de toda la melcocha rockera que se estaba formando, los ritmos urbanos iban acercándose. Es por eso que nació una banda ponceña con influencias que iban desde Tavín Pumarejo hasta Vico C. En aquel entonces decían que esta agrupación no era más que un grupo de cacos intentando ser rockeros -y era verdad-, pero si hubo una banda que guisó bien cabrón y puso a bailar a todos los universitarios de Pe Erre, lo fue ALGARETE. Y sí, cuando se hable de rock boricua hay que mencionar a esta gente, ¿leyeron bien, pulsorockers?

A los chamacos que leen esto, yo quiero que entiendan que pa’ los tiempos de las bandas, había una magia distinta. Llegar al sport bar, escuchar a los muchachos afinar, observar a las novias de los músicos pararse frente a la tarima para evitar gruperas, y verlos prender aquellas pequeñas tarimas era algo bien fokin emocionante. En aquel entonces, mi banda favorita era la verdadera banda de los cacos: La Secta. Creo que he visto a Gustavo más veces que a muchos de mis primos, y fui testigo de cómo prendieron muchísimos escenarios: desde una mítica barrita llamada Woodstock hasta un enérgico público de las Justas dosmileras.

El jangueo con las bandas siempre era distinto porque como no había maleanteo ni luchas con enemigos imaginarios -bueno, al menos en las letras porque entre ellos mismos se detestaban-, la vibra que se creaba con el público era de joda. Por eso durante ese tiempo muchas mujeres quedaron embarazadas, pues no hay nada más peligroso que un pipí festivo y un carrucho con ganas de vacilar.

La música iba cambiando, el reggaetón estaba creciendo a niveles anormales, y pasó lo inevitable: los artistas se rindieron. Como dijo Yamil en su escrito: los egos fueron un factor; no colaboraban entre ellos, menospreciaban lo que estaba pasando en el reggaetón y se refugiaron en la eterna trinchera de los tercos: quejarse del gusto popular en vez de comprender cómo se estaba moviendo la marea. De hecho, al sol de hoy Jorge Arraiza de Fiel a la Vega -como un creacionista que niega los facts- sigue criticando la música urbana para demostrarnos que el purismo no es más que la resistencia de aquellos que no saben cómo evolucionar.

El rock en español tenía TIENE muchísimo más que dar, y lo sé porque mi actual banda favorita -Black Guayaba- sigue dando la pelea en los tiempos en que la música va volando. Rockeros, la música urbana está en caída hace algún tiempo, ¿cuál es la excusa ahora? Llegó el momento de coger sus guitarras, meterse sus drogas y volver a hacer arte. No hay nada más cabrón que ver a un corillo trabajando en equipo pa’ crear un sentimiento, y eso era lo que hacían las bandas de mis tiempos.

No sé si ya los 42 me están tocando la nostalgia -o que ahora soy como Marciano saliendo del supermercado- pero estoy seguro de que aún nada supera los acordes de guitarra de esa canción de despecho que tanto te gustaba y que todavía se disfruta levantando una cerveza al oírla. Yo espero que los músicos se pongan pa’ lo suyo y salgan a crear música -como en los tiempos en que querían ser rockstars-, pues hasta los cacos extrañamos sentir la energía que solo tienen las bandas de rock.

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