Jarana

El tiempo pasa…

Esta no la hice pa’ que se vaya viral, esta es porque quería desahogarme

Hoy no vengo a disparar letras de fuego, ni quiero zumbar punchlines contra el enemigo de turno, así que guardé al bélico columnista pa’ reencontrarme con mi mejor versión. Saqué el escritorio de mi hija al balcón de casa -el mismo lugar donde abrí mi corazón al escribir #ElPlaylist- para darme una cerveza, poner la bocinita a sonar y liberar lo que hace algún tiempo llevo en el pecho. ¿Están listos? Sobrinito, si quieres guerra, sal de aquí porque hoy no hay balas pa’ nadie… pero si quieres cerrar el domingo en reflexión, quédate, que quizás desde el lunes verás las cosas diferente.

No sé ustedes, pero en estos últimos días es común abrir Facebook para enterarme de alguna muerte, especialmente de personas jóvenes; y no es que las de los viejos importan menos, pero cuando un chamaco se va por el abrazo de Hades, hay una historia llena de what if que se queda inconclusa. Hace apenas unas semanas me enteré del fallecimiento de mi compueblano Rafael “Rafo” Pagán, un médico de cuarenta y tres años que atendió a mis padres cuando estaban enfermos en San Lucas II, especialmente a papi que cargaba un marcapasos porque padecía del corazón. Irónicamente, el último suspiro de este centinela del juramento de Hipócrates fue a causa de un infarto.

El chamaco era un ángel con batola blanca, excelente profesional y un amoroso padre de familia. Nunca olvidaré que en pocos días -y sin tener mi sangre- este gallo ejecutó como si fuera el hermano que nunca tuve. Una noche de septiembre, cuando las estrellas estaban de turno, el ministro cerró los ojos para descansar en su cama, y en un sueño profundo se nos fue un tipazo. Algunos traerán el efecto de “la vacuna” en esos fallecidos como teoría de conspiración, pero aunque pudiera ser una posibilidad, creo que estamos habitando en una época donde el estrés, la brillosa pantalla frente a nuestras caras y la apresurada existencia nos llevan a una velocidad que nos está matando.

Todos los días alguien tiene un nuevo muerto al que darle sus honores, algunas veces por una repentina enfermedad, y otras porque esa persona decidió terminar su existencia. Es como si estuviésemos en la temporada donde La Muerte es un juez que no tiene clemencia y La Vida no quiere servir de abogada.

Por primera vez en la historia estamos viviendo con una tecnológica rapidez incesante, somos simios evolucionados que ya no tienen ni un segundo para maravillarse mirando la estrellas porque veinticuatro horas pasan como un flash ante nuestros ojos.

No nos bajamos de esa máquina cibernética que corre a cien millas por hora frente a nuestros ojos, aunque físicamente nos estemos moviendo menos. Deténgase a pensar: para sobrevivir nuestra semana hay que agarrarse con las dos manos, y cuando llegas al fin de semana no sabes ni cómo carajo sobreviviste. Es todo a la vez… pasan mil cosas y a la misma vez parece que no te mueves.

Nuestros días son una rutina que se consume como espectadores de redes sociales, y atrás quedaron esos días en que no había nada mejor que una lenta conversación en persona acompañada de un café o un cigarrillo. ¿Recuerdas cuando apreciabas el plato de arroz con habichuelas de titi sin tener una notificación en el celular que interrumpiera ese gran momento? ¿Te acuerdas cuando la calabacita de las habichuelas en la boca le robaban todo el protagonismo a tus pensamientos? Ya no apreciamos vivir, pues es más importante postear lo que nuestros ojos ven; por eso ya los conciertos se graban para mostrarlo a los demás y las emociones individuales se esconden porque nos dan vergüenza.

Ya ando en el cuarto piso, así que aquí es cuando comprendes que La Vida es tan efímera y dulce como el primer beso que diste, y a la misma vez es tan simple que solo un niño la puede descubrir perfectamente. Creo que el algoritmo nos está robotizando, que los sentimientos y la honestidad están outdated, y que estamos subestimando este gran regalo divino que es respirar. Estamos entre mostrarle a personas que no conocemos el éxito, los platos de comida y viajes en Instagram, con la ambición de ser reconocidos por cualquier cosa y a solo un post pa’ ser influencers de nada.

Yo no sé ustedes, pero según pasan los años yo no dejo de pensar en mi infancia, ya que como dice una canción de Nach: “la vida es como una tela bordada: nos pasamos la primera parte de la vida en el lado bonito del bordado, pero la segunda parte de nuestra vida la pasamos en el otro lado. Es menos bonito, pero vemos cómo están dispuestos los hilos”. Ya no critico las decisiones que tomaron mis padres porque ellos -al igual que yo con mis hijos- estaban improvisando en la crianza, pues ningún bebé nace con “el manual de la paternidad” debajo del sobaco. Perdonar las heridas que te causaron es la parte más importante de sanar, y ahora solo quiero romper el mito de que “nadie aprende por cabeza ajena”.

Tampoco me atrevo a juzgar las decisiones de los demás, cada persona maneja como puede sus circunstancias y tienen que jugar con las cartas que le dio La Vida. No justifico a la gente mala, pero tampoco creo que todo es blanco o negro. Extraño ser niño, correr bici en Los Caobos con Robertito y Héctor, jugar basket con mis primos en el barrio Bélgica usando un cajón de leche, hacer reír a mi hermana con mis imprudencias, comer pizza con mami en Kmart, y beber Coco Rico con papi en la panadería al la’o de Portugués.

Cuando las piernas eran el vehículo de mi casa porque no teníamos carro, siempre pensé que el mundo era más grande que Ponce, y al llegar a la adultez me di cuenta que -aun siendo pobre- era un chamaquito rico con el verdadero castillo: un hogar donde sentirse seguro. Tuve amigos sinceros, risas debajo del poste, aventuras en la urbanización y algunos besos en el parque con mujeres que ya no se acuerdan de mi nombre. Ahora nadie me reconoce cuando paso por donde me crié, la casa de Güela está cerrada y la cancha donde aprendí a amar el baloncesto está vacía. Si me ofrecieran el viaje de mi vida, solo le pediría a Dios que me lleve a los tempranos dosmiles, no pa’ perrear, sino para un sábado en la noche ver una pelea de Miguel Cotto con papi junto a los vecinos de Star Light, mientras bebíamos cervezas de la base y celebrábamos la cría boricua.

El tiempo pasa, y los años siguen tomando peso, así que he desarrollado el temor de no poder disfrutar mis días por estar pendiente a cosas banales y superficiales. No me malentiendan, no le temo a La Muerte, le tengo pavor a no haber tenido una vida bien vivida. Cuando fui joven subestimé el tiempo, pensaba que este siempre sobraría para remendar y arreglar mis errores, pero ya entendí que a veces no va a haber más de él; a veces simplemente Dios decide cuándo te llegó la hora y lo que se quedó, se quedó.

También aprendí que aunque mis intenciones sean buenas, Dios no debía darme todo lo que yo quería; es por eso que poco a poco he ido cicatrizando el gran dolor de haber perdido a Valentina -la hija que no pude tener con Sol- porque La Vida no tiene que ser justa con nadie. Falta un día para que acabe septiembre, en doce días mi papá debió cumplir 73 años para ser testigo de todo lo que estoy haciendo, ya no está aquí para verme poner el apellido Zárraga en alto… pero en catorce días cumplo once años junto a la mujer de mis sueños, entonces comprendo que La Vida es tan dura como hermosa.

En algunas ocasiones observo a la gente día a día discutiendo por cosas triviales en Facebook y Twitter, haciéndose enemigos por diferir en un solo tema, o asesinando la reputación de otros por bandos políticos en las redes, y solo pienso en si estas personas están conscientes de la importancia de sus minutos y a qué se los dedican. El tiempo es más valioso que el dinero, pero la mayoría lo comprende cuando van caminando hacia el túnel con la luz eterna o desplazándose en la chorrera pa’l infierno.

Siempre pensé que cuando uno alcanzaba unas metas, las cosas en tu mundo se enderezarían, pero la realidad es que los problemas nunca se acaban. Pana mío, los líos no desaparecen, se transforman. Quizás tú al leer esto piensas que los chavos lo resuelven todo, pero te aseguro que no hay suma que cure las heridas del alma, ni cantidad que supere el sentirse amado por una familia. Sí, el tiempo pasa, y mientras eso sucede pienso en los seres que tienen salud y van dando por sentado su existencia, cuando hay un montón de personas deseando lo imposible por pararse de una cama y hacer algo tan simple como caminar.

No, no vine a regañarte, mi amoL, vine a recordarte que lo que hoy das por sentado, es una bendición. Yo solo quiero que estés claro que todos los días seas agradecido con La Vida, que saques la pantalla de tu cara, y que disfrutes ese ratito con los tuyos. Llama a tu mamá, dile que la amas, pichea el celular y ponte a jugar con tu perrito; abraza a tu pai, escucha a tus hijos, textéale a ese amigo que hace tiempo no sabes de él.

Rompe la dieta, sal natural en las fotos con los amigos sin necesidad de posar con una perfección inexistente, habla con un tecato sin juzgarlo, da de los que tienes y no de lo que sobra, y que tu única rutina sea decirle un “te amo” a los tuyos todos los días porque no sabes si será el último. El tiempo pasa… y el cabrón es tan diligente con su oficio, que es inmisericorde.

Se los dije que este escrito no era igual al resto, pues ya las musas le pedían un detente a la guerra entre mi mente y las manos. Esta vez no quería guerrear, esta vez solo quería recordarte que La Vida es una. Pa’ la próxima, les prometo el habitual fuego en mi teclado, pero hoy solo quería una cerveza y tenía que sacarme esto del pecho. 🦍✏️

Coro, y si quieren leer un poquito de lo que puedo hacer, más allá de las tiraeras a esas figuras que ustedes tanto detestan, denle pa’ Amazon y chequeen #ElPlaylist: un homenaje a la música, al amor, pero sobre todo, a La Vida. Espero que les guste.

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