Opinión

Que se Joda Fest: una noche cabr*n*mente nostálgica

Dale pa’ acá, que nos fuimos pa’ los tempranos dosmiles

Que se Joda Fest
Que se Joda Fest (Carlos Caraballo | Parashootive)

Macetaminofén, el mismo que cuando se encuentra con Héctor El Father es el pastor quién le pide “la bendición”, hoy regresa a El Calce para traerle a ustedes otro artículo de colección. Como ustedes saben, yo domino todos los estilos como un trans bisexual que se identifica como “elle”, así que esta vez venimos con un relato real, y no una de esas trilladas crónicas aburridas que hacen en El Nuevo Día algunos comunicadores de otros medios.

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El sábado 13 de abril me tiré pa’l Que se Joda Fest, un sitio que odiaría mi buen amigo Pedro Julio, ya que estaba lleno de pícaras señoras, abundaban los hombres maduros con la barba casi blanca y escaseaban los chamacos jóvenes e inocentes🙂; con mis tenis más cuarentonamente cómodos y agarrado de la mano de mi esposa, llegué a la entrada, obviamente, para pedir mis taquillas de cortesía como todo un “influencer” cachetero.

Antes de que les diga lo que pasó en el evento, tengo que contarle mi historia con la banda Algarete. Coro, to’ el mundazo sabe que yo soy de Los Caobos en Ponce, de dónde salió el dirigente Nelson “Cuello” Colón, Jadiel “El Incomparable”, Tamarindo y el señor Ismael Flores, quien creció en la urba bajo el apodo de “Floro”.

Cuando yo era un esquelético chamaquito que bajaba la compra a pie desde Quijote Cash & Carry hasta la calle 16, pasaba por el frente de la casa de Ismael -que era en la misma calle de mis bros Karlitos y Bebé- y uno miraba emocionado porque en esa residencia se formó un cantante criado en un barrio lleno de problemas, cocoteo y calentón, y que logró la fama con su arte. En aquellos momentos, pa’ un adolescente como yo eso era algo esperanzador porque en Caobos abundaban tres cosas: bandidaje, malas decisiones y caballos realengos.

La Banda Algarete fue un fenómeno: sus integrantes parecían que se habían fuga’o de Hogar Crea, podían tocar instrumentos con algo de discapacidad, y sus temas eran reciclados de otras canciones, algunas de composiciones en inglés mal traducidas, ya que Ismael apenas dominaba “el difícil”, pues nunca tuvo Cable TV. O sea, estos tipos parecían los primos normales que hay en todas las familias: de hecho, eran los primos que vestían feo. Yo tenía diecisiete años cuando me paraba frente a la pizzería Monte Carlo, Floro y su grupo tocaban todas las semanas, y eso allí se prendía con los estudiantes de la Inter y menores con ID falso que querían meterse antes de tiempo al jangueo universitario.

El negocio “tapaba la vista” con ‘banners’ de las marcas de cerveza (como pa’ que no vieran las habilidades de Felo de tocar el bajo a la misma vez que fumaba un cigarrillo que nunca se terminaba), pero el sonido y la joda cruzaban las rejas de la pizzería, el party se extendía hacia la atestada calle y la energía era tan densa que llegaba sin problemas hasta la Farmacia Lorraine. ¿No te dejaron entrar a la pizzería? No había problema: solo sacabas el limoncillo del baúl del carro, dos cachás eran suficientes pa’ meterte en fiesta y dejarte llevar por el sonido más desordena’o que nuestros jóvenes oídos habían escuchado.

Algarete eran “los cacos del rock” -como los bautizaron algunos aburridos puristas de Pulso Rock-, era esa gente que tú no escuchabas en el carro porque era una banda de barra, y aunque llegaron a tirar unos cassettes y CD en la calle, jamás y nunca se sentía igual como escucharlos en vivo. Par de tiempo después me fui a estudiar en La Cato, y todos los jueves era obligatorio ir pa’ Monte Carlo -con mis gallos Ángel y Miguel- porque ya pa’ esa fecha la agrupación estaba yendo pa’ arriba a las millas y todos sabíamos que los días en la pizzería estaban contados.

Mientras los comemazorcas de Maná estaban en todas las emisoras del país, Algarete estaba sonando en todos fokin lados, menos en la radio. Esa banda era como un sándwichito de mezcla: no tiene la mejor preparación, pero sabe cabrón. El grupo era como un karaoke de muchas rolas, y aunque tuvo varias copias (como “los mamounes” de Bayoya), nadie descifró lo que ellos sí podían hacer bien. Ok, corillo, yo quiero que ustedes se monten en la nave mirando pa’ atrás y piensen en ese momento en que esperaron por una banda que cantaba canciones cortas como Jovani Vázquez, pero por cuarenta y cinco minutos (o más), y aún así nadie sentía que le habían robado los chavos de la entrada.

Party que estaba Algarete, party que era exitoso; el Algaretime era REAL. En aquellos tiempos, esta gente era algo absurdo, y pa’ mí eran Los Rabanes de PeErre, pero pega’os orgánicamente, no a fuerza de Emilio Estefan como los panameños. La historia está escrita y treinta años son más que suficientes para demostrar que el legado de esta gente superó a sus acérrimos críticos. Ya no voy a seguir contando la inspiradora historia de Floro, sino que voy a analizar el Que se Joda Fest, un evento en el que las canas son el color de moda, hay GenXers y Xennials hablando de sus problemas gastronómicos, y donde sobra la nostalgia.

El show comenzó bastante puntual, y desde el principio vendía la experiencia de “los tiempos de antes” con un ring de lucha libre empezando el recorrido. Hace muchos años, Ismael fundó una compañía llamada CWF (Caobos Wrestling Federation) y daban la cartelera todos los domingos en la cancha de la urbanización, así que este aguerrido “deporte” es parte de la carrera de la banda. También había una guagua de pizzas que hacía alusión a Monte Carlo, y la producción se encargó de tener disponible lo más que necesitan los señores del tercer y cuarto piso: carpas con cervezas y muchas letrinas.

El vibe de la gente era una chulería, pues en sus rostros se podía ver que aunque antes eran “el alma de la fiesta”, ahora se sentían como Wisin: cansados, pero felices. Entre la fiel multitud -que empaquetó el Anfi- pude ver al locutor y comediante Danilo Beauchamp, pero como no andaba con Alejandro Gil, no me atreví a pedirle una foto por el temor de que me cobrara por ella, ya que todos sabemos que Danilo te cobra una peseta hasta por darle like a una foto de Instagram.

Llegué al área de arena, y en la fila pa’ comprar cervezas vi al cantante Sie7e. Pensé saludarlo, pero el artista se enojó conmigo porque discutí en mi podcast Siempre es lunes un tema que El Nalgorazzi escribió en Metro. Ujum, yo tampoco tengo su love, pues a los veganos también les molesta la honestidad. Ya con las Medallas en mano, buscamos un spot pa’ pararnos, Skapulario la tenía bien prendía con sus éxitos, y la tarima del Anfi parecía un anuncio de Viagra con doños bailando.

A pesar de la disminuida fuerza de las articulaciones del público, la energía seguía pa’ arriba, según aumentaba el ritmo de la música. Skapulario iba de salida con el palote “Duerme a tu hermanito”, y cuando creías que venía un break para refillear cervezas, salió el DJ con el buen perreo de los dosmiles. Fue bien bonito ver a un montón de soccer moms perreando en la suya y cantando obscenidades.

El ánimo estaba en high, una de las animadoras del evento parecía una versión urbana y fea de Dreuxilla Divine, Joelis Filippetti perreaba con facilidad desde la tarima, y esto solamente era la antesala; yo apuntaba en mis notes algunas cosas que veía para hacer mi reseña, mientras pensaba “si esto está así ahora, esta pendejá va a reventar cuando salga el intro de Looney Tunes y empiece Como un perro enloquecido”.

Tras una breve sesión de reggaetón viejito, y justo cuando el plato fuerte estaba servido para deleitarnos, a mi cuñado -que también llegó conmigo- le sucedió la cosa más doñil que pueda pasar a un señor en un concierto: le bajó el azúcar porque no había comido. Imaginen esto: estoy dejando que el alcohol y los espíritus de la danza me desprendan de la vergüenza, Marisol baila como si estuviese en “El Ocho de Blanco”, y a los siguientes segundos estoy viendo a un espigado señor tirado en el piso intentando hablar con su papá en el más allá.

Rápidamente llegó la ayuda, el mismo público nos socorrió para bregar con un tipo que mide lo mismo que Big Bird, y los paramédicos lo atendieron en menos na’. Mientras caminamos pa’ que le dieran los primeros auxilios al cuña’o, Algarete empezó su show, miré a la tarima dejando a mi paso un vaso de Moscow Mule entero, y pasó lo inevitable: la banda prendió esa tarima en mil cantos. Algarete rompían el Anfi y yo no pude ver to’ el show porque mi cuñado decidió que era un buen día para morir.

Cuando le chequeaban los vitales al pana, le dije a mi esposa que iba pa’l baño (¡embuste!) y me fui a disfrutar un ratito del show. No pude gozármelo como hubiese querido, pero tengo que decir que allí sí estaba el vibe de Monte Carlo y to’as las barras de los finales de los noventa y principios de los dosmiles en que Algarete pisó sus Jordan.

Era una chulería ver a un montón de adultos -esos que ahora mismo cargan el país trabajando, los del ocho a cinco, los que pudiendo irse de la isla se quedaron pa’ empujar la rueda- bailando, cantando y pasándola tan cabrón como en las noches en que eran universitarios en Shannan’s, llenos de sueños con ganas de cambiar el mundo.

Nos fuimos usando la ambulancia como Uber hasta llegar al CDT de Puerto Nuevo, y después de un buen rato en la sala de espera y que hicieran los debidos exámenes (en que gracias a Papito Dios el cuñi salió bien), le digo a Sol que me acompañara afuera de la clínica para escuchar -al menos- el cierre de Algarete desde allí… y lo pudimos escuchar. Ya era la una de la mañana, y a esa hora seguía el ánimo arriba, así que aunque no estuve presenciando el momento con mi ojos, los treinta años de historia de la banda se resumían de forma perfecta. Eso fue como en aquellas noches de la pizzería en que solo pude escucharlos a cierta distancia, mientras la energía de la banda sobrepasaba el venue en donde estaban tocando.

Ismael aka Floro, gracias por motivar a un chamaco como yo a que se pueden hacer cosas irreverentes y triunfar en el proceso; gracias por los perreos, por las noches de los jueves, por marcar mi ‘season’ universitario, y si la vida me diera la oportunidad de volver a esa época, regresaría a mis diecinueve años pa’ joder en Monte Carlo, mientras ustedes prendían aquel mítico negocio de Villa Flores. Es bueno ver que regresen los shows en el Anfi, y el Que se joda Fest TIENE que volver sí o sí pa’ un público que estamos cansados de los problemas y solo queremos joder… eso sí, la próxima vez no voy con mi cuñado, por si acaso. 🫡🎸

Corillo, si quieren saber un poco más de la literatura boricua, tienen que darle pa’ Amazon, donde encuentran los libros del escritor más duro y cafre de Pe Erre. Yo soy el que la academia cultureta no reconoce, pero al único escritor que el Pueblo lee. 🦍✏️

La colección de Macetaminofén
La colección de Macetaminofén

PD: este escrito está dedicado a mi barrio Los Caobos. Mis respetos a todos los que crecimos juntos, a los que ya no están vivos, a los que andan guarda’os porque escogieron otros caminos porque esa fue su única opción, y a los que en la dureza de la cancha de basket decidieron buscar sus sueños.

Mis respetos a Feni -quien fue como una madre-, a mi hermanos Kevin, Luis Ángel (Negro), Tito y Robertito, a doña Betzaida -que fue mi primera jefa al darme el trabajo semanal de lavarle el carro-, y a Valdín, que nos fió la compra muchas veces en el colmado pa’ que en casa pudiéramos comer. Ya no voy tanto a Ponce, pero les prometo que vo’a llevaL el nombre de Los Caobos en el pecho siempre. ❤️🖤🦁

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