Macetaminofén, el mismo que en el 2016 hizo llorar a un furioso Jay Fonseca al apodarlo “Boli-dono”, -mientras el licenciado modelaba una guayabera blanca que lo hacía lucir como el redondo producto de Holsum-, hoy vuelve a El Calce para hablar de una importante industria que en unos años dejará de existir: la televisión boricua.
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En estos días, la TV de Pe Erre cumplió la edad de Tita Guerrero Alexis Sebastián Méndez: SETENTA años; y aunque en Telemundo lo celebraron con la alegría de una bisabuela que está a punto de tirarse el último peo, todos estamos claros que ese medio de comunicación hace tiempo va camino a la extinción. Recuerdo que pa’l 2009 en La Letrina escribí sobre la apretada situación de la televisión, que ya pa’ ese entonces estaban Jalando paja del tanque, los conceptos eran repetitivos y monótonos, René Monclova -quien era el actor mejor pagado del país- se vio obligado a coger cupones y libretas de descuentos para poder vivir, e ignoraban que en un mundo mágico llamado “El Internet” estaba naciendo algo; de esa fecha pa’ acá nada ha cambiado.
No me malinterpreten: yo amo la televisión. La radio y la TV fueron los medios con los que me crié, desde los tiempos en que escuchaba a la leyenda Billy Fourquet declamando afeminados poemas en “Magic Nights” en La Mega, hasta un joven y salvaje Raymond Arrieta paLtiendo en “Al aire libre” en WAPA. De hecho, una vez mi mai me llevó al programa del Tío Nobel que grababan en un estudio de Ponce, lo di todo para llamar la atención durante la sección de “los ejercicios musicales”, y aunque me ganó una niña que bauticé como “Pequeña Cucusa”, casi gano el copiloto de la semana, pero lamentablemente me cagué en el clutch. Eso sí, la producción sabía que yo nací para la cámara, y solo tenía unos siete años cuando señalé el techo del estudio antes de irme, y le dediqué la casi victoria a toda mi gente de Los Caobos.
Desde chamaquito los medios de comunicación -incluyendo los periódicos y las revistas- llamaron mi atención, y después de pasar horas dibujando historias en la libreta, “autísticamente” siempre organizaba el tiempo para escuchar la programación radial y ser testigo de los shows de televisión.
Me acuerdo que cuando vi “Con lo que cuenta este país” deseé que algún día quería ser parte de un proyecto así: un ‘sharp’ Miguel Morales -que también personificaba a Bejuco- estaba detrás del lápiz narrando la historia del sitcom, mientras que Melwin Cedeño le daría vida a Chevy El Ponzoñú, nuestra versión de “Fresh Prince”, ese primo que siempre anda metío en revoluces, pero al que queremos con todas sus anormalidades.
Ok, déjenme explicar esto poco a poco: antes llegábamos de la escuela -y con el adobado sudor después de haber corrido to’ el día-, nos sentábamos a ver “la caja del Diablo”, como decía “el Almighty OG”: Yiye Ávila. Uno se quedaba pega’o desde los muñequitos hasta que llegaban los noticieros de las cinco y seis de la tarde, ahí te ibas pa’ la calle a jugar con tus vecinitos y regresabas a casa a las ocho para bañarte, escuchar música en el walkman, y ver “No te duermas” escondido antes de dormirte.
Pasé mi infancia viendo el “Kiosko Budweiser”, “Marcano El Show” y “Mira que TVO”, y me enchulé tanto de ese medio que cuando llegué a los dieciocho -desprendiéndome de mi sueño de ser Marine para tener aventuras en todo el globo terráqueo asesinando terroristas como aprendí en las películas de Hollywood- que me apunté en la Pontificia Universidad Católica pa’ estudiar Producción de Radio y TV.
Era el 2001, creativamente me estaba formando con una influencia inmensa en Antonio Sánchez “El Gangster” y capeando las ideas de un MTV que ya no daba tantos videos musicales, y para aquel entonces parecería que el futuro de la TV dependía de nosotros… pero ya el Internet había llegado a nuestras casas con las Compaq Presario, y aunque adoraba mirar el televisor por horas, sabía que las cosas habían cambiado.
En esa fecha, y como ‘padawanes’ al fin, queríamos entrar a la TV a realizar una transformación pa’ ir de cara al futuro, pero aunque parezca contradictorio, los medios de comunicación son los que más le tienen miedo a la evolución. Nuestros sueños no se lograrían con facilidad, y menos en una industria que se acostumbró a hacer “lo que funciona” y no tuvieron los cojones de seguir abriendo camino como hicieron alguna vez Tommy Muñiz, Paquito Cordero y Luisito Vigoreaux.
Yo no me gradué del bachillerato -por tres clases y porque La Vida me hizo una oferta que me mandó pa’ otra esquina-, pero vi como casi todos mis compañeros se quedaron con ganas de entrar al portón de los canales con nuevas ideas, mientras esas mismas televisoras estaban mirándose el ombligo y respondiendo al obligado formato de une envejecida generación solo para hacer números.
Mis shows favoritos siempre serán “Esto no es un show” de Johnny Ray, “Pico y espuela” de Jimmy Rookie, NTD del maestro Kcho y Papá Gangster, y mención honorífica a “Que vacilón” de Raymond, pero esos programas ya no sucederán más nunca. La televisión, al igual que muchas industrias de la isla que estaban en un comfort zone sin mirar al futuro, se quedaron haciendo lo mismo. No hay peor enemigo del profesional en cualquier oficio que creer que todo siempre será igual. En Pe Erre en muchas cosas nos quedamos en la década del noventa… y la televisión fue una de ellas.
Desde los tardíos noventa vimos que los ejecutivos de la industria subestimaron al público y no tenían intención alguna de crear nuevos conceptos -o al menos copiar algo de lo que estaba pasando en la televisión de países latinoamericanos-, y aquellas aventuras televisivas que se atrevieron a hacer en los ochenta, se fueron perdiendo porque ya la creatividad estaba al servicio de las marcas; el talento nunca faltó pa’ parir ideas -porque nuestros artistas siempre han sido unos CABALLOTES- pero los gerenciales fueron dictando “lo que funcionaba”. Entonces, pa’ joder, minimizaron lo que estaba ocurriendo en el naciente Internet, que eventualmente iba a parir a las figuras que ahora comandan las redes sociales.
A finales de la primera década del dos mil la televisión se convirtió en algo más difícil de tolerar que una enema con el tamaño del ego de Norwill Fragoso, y en pleno 2024 básicamente tenemos el mismo programa -que es como una copia de Despierta América- multiplicado en todos los horarios por diferentes canales con unos personajes que tienen el sabor de Milly Cangiano perfumada con vinagre. Esto es como si fuera un show de Norcorea, que es políticamente correcto, y todos sus miembros bailan sonriendo, aunque sus semblantes indican que están muertos en vida.
Hace unos años Pamela Noa -mi locutora favorita- dijo en mi podcast “Siempre es lunes” que tenía miedo de terminar bailando en televisión por un sueldo… y tres años después es ella quien organiza las coreografías en Telemundo. La televisión tiene algo tan extraño que puedes poner a alguien tan talentoso como el señor José Humberto Valiente y convertirlo en un bochornoso personaje de bicicletero llamado “Pedalín”, al que Alexandra Fuentes le paga con un “gracias” cada quincena; así de weird es ese medio.
Pa’ mí la televisión se quedó como el país entero: en una eterna resistencia, mientras el mundo iba cambiando. Hay que destacar que los técnicos -sí esos mismos que querían hacer solamente el trabajo que habían aprendido, abrazados a la vagancia de la que se envician los unionados-, se negaban a la creación de nuevos talleres con sus atemporales reclamaciones. Yo puedo entender la función de las uniones en una época donde luchaban por lo que era justo, pero luego de que el medio televisivo se enfrentaba a tiempos de cambio, ellos querían seguir aferrándose a unas cosas que no tenían ni ton ni son, y sus exigencias poco a poco también fueron mermando a una industria.
Una vez mi maestra Sonia Valentín -quien disfrutaba de disfrazar a sus empleadas por placer propio- dijo que los técnicos eran una piedra de tropiezo porque mientras podías contratar chamaquitos que hicieran muchas tareas a la vez, ellos estaban sacando el reglamento pa’ producir lo menos posible. ¿Saben qué pasó? No se contrataron nuevos egresados de Comunicaciones y los experimentados no se ajustaron a lo que venía. Este medio lo mató mucha gente… entonces ahora me parece tierno verlos como Samuel Hernández en Semana Santa pidiendo un milagro.
Yo no quisiera decir esto, pero a la TV no le queda mucho tiempo, más allá de los noticieros y las novelas turcas. Esto no es culpa de la gente, sino de un mercado que escogió ver a Raymond convertirse en Doña Plinia antes que fijarse en un Chente para que tomara la batuta de un show de comedia bien cabrón. La constante de la vida es el cambio, y si no estamos dispuestos a eso, el tiempo nos pasa por encima como truck sobre una gallina ‘e palo por La 52.
Compañeros de los medios, sé que ustedes se abrazan a que la TV es para la población mayor, pero hasta los doños se han ido transformando, llegaron a YouTube -porque no hay nada que aprenda más rápido que un curioso boomer- y mientras algunos viejos van ponchando el ticket pa’l cielo, otros llegan con diferentes comportamientos. Los creativos seguirán surgiendo, y con la llegada de nuevas tecnologías -como una vez lo fue la imprenta- los medios de comunicación seguirán transformándose. Ya nadie extraña los periódicos en papel… e igualmente pasará con la TV.
Los seres pueden ser nostálgicos, embriagados en la falsa idea de que todo antes fue mejor, pero tenemos que estar ready pa’l cambio; también hay que agradecer el haber tenido décadas de buena programación, ser testigos de un montón de talentazos que lo dieron todo para entreternos, y habernos criado con la TV más dura del Caribe.
La industria se enamoró del dinero e intentó asesinar a las musas creativas, pero estas siempre buscarán salirse con la suya, el tiempo jugó a su favor y ahora viven en otros lugares -una galaxia llamada El Internet-; y mientras eso pasa, la televisión boricua tiene un agonizante final frente a los ojos de la gente que se enamoró de una cámara.
Corilloooooo, tienes que chequear otro de mis cuentos en patreon.com/macetaminofen. La tarde en que un residente desapareció del Hogar Sueño Feliz, don Aurelio cuadró un ‘date’ en Tinder con una treintona, que fue a la égida buscando sacarle chavos al anciano, pero terminó escuchando la historia del hombre más interesante del mundo… porque a veces La Vida nos sorprende de las formas más extrañas.
PD: Oye, corillo, ¿ustedes han visto el podcast que Jay Fonsi hace junto a Chente Enid? ¿Seré yo o en verda’ se parecen a Pinky y Cerebro? Ah, una última cosa: según las publicaciones lanzando balas a enemigos ocultos, ¿soy yo o Molusco está viendo más monstruos frente al espejo que antes? Nada, me dicen en los comentarios. 🦍✏️