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Aún cuando uno ande en baja, queriendo a la patria y bregando bien con el prójimo, en el acéfalo Puerto Rico de hoy el revolú y los papelones son la orden del día.
Por eso, cuando escuché a una amiga mía decirme que lo mejor que tenía esta edición de las Fiestas de la Calle San Sebastián era la transportación pública hacia Viejo San Juan me dio una pavera más bestial que el día aquel en el que vi en el cine la película de South Park, en algún momento de mi noventosa época universitaria, tras comerme unos brownies premiaos que me regalaron en Peyton Place.
“Esto yo tengo que verlo. Es más, estoy tan seguro que el 'papelaje’ será tan épico que hasta una croniquita me sale”, suspiré, a la vez que me preparaba para lo peor, haciendo jumping jacks y otros ejercicios cardiovasculares, y repasando el repertorio de blasfemias y maldiciones con el que enfrentaría otro desbarajuste de las Fiestas de la Calle San Sebastián.
Claro, que una crónica sobre coger guagua pa’ las Fiestas no es algo nuevo en el bondadoso periodismo borincano. De hecho, ha sido una 'cherry’ constante de los medios cuando llega esa sagrada época de enero en la que nos aventuramos hacia el Viejo San Juan a coger chino, oler humo de fili y ver chamaquitos vomitando. “Tremendo bombito al pitcher será escribir esto”, pensé.
Me fui en mi carro desde mi casa hacia al área metro, cual gatillero de Bayamón, bien 'esplacao’, ya que aún no saco el marbete pues empecé el año más pelao’ que el área genital de una muñeca Barbie (o de un GI Joe, por eso de mantener la perspectiva de género) y el Gobierno me quiere cobrar unas multas que ya pagué en el Banco Popular durante el periodo que dieron de amnistía. Después de varios minutos guiando asustao’ llegué a Río Piedras, donde dejé mi auto para tomar el tren urbano hacia la estación de Sagrado Corazón.
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“'Pérate’, hay que comerse algo antes de llegar”, me dijeron a coro el estómago y el bolsillo. El día antes me cobraron cuatro pesos por un canto de pizza, cinco por un pincho y tres por una botella de agua. Es que para consumir – y hasta para mear – en las Fiestas hay que hacer primero un préstamo en una financiera o dejarle empeñá’ la cadena a Mr. Cash.
Fui y me 'jarté’ de la comida que peor uno puede consumir antes de ir a un revolú con un montón de gente: burritos mexicanos, extra refritos. Pensé: “Si Sean Penn dijo que dejó caer una 'flatulencia’ en la cara del Chapo y no le pegaron un tiro, que yo 'dropee’ una bombita nuclear en la guagua no es na’”. Y a eso de las cuatro de la tarde del sábado me fui a la estación del tren cerca de El Boricua.
Al entrar a la estación, aquello estaba vacío. “Ya sabía yo que esto iba a ser un fiasco”, pensé. Mi pesimismo fue derrotado rápidamente, cuando llegó una señora con sus dos hijas adolescentes a contarme su jovial travesía.
“Esto del tren y la guagua ha sido un tiro. La organización y la logística es la mejor que he visto en toda mi vida. Nosotros siempre vamos y antes esto era un verdadero desastre”, me dijo doña Elbaisa, cuando le pregunté cómo veía la cosa para ir al Viejo San Juan. “Muchacho, ayer y hoy hemos venido en bicicleta y no hemos tenido ni un problemita”.
La miré más confundido que Luke Skywalker a Darth Vader cuando este último le dijo que era su padre (¡spoiler alert!). A lo mejor esto sí fluye bien. Quizás, incluso, no necesitaré defecarme en ninguna deidad religiosa durante mi trayecto hasta la ciudad amurallada.
Llegó el tren y como imaginaba, venía lleno. La mayoría de los pasajeros eran jóvenes.
Pero un señor de unos cincuenta y tantos, quizás sesenta años de edad, era el alma de la fiesta. Con su guitarra y una ristra de coros que iban desde “La bomba, ay que rica es”, hasta “Por un beso de la flaca yo daría lo que fuera”, Sebastián hizo del viaje en tren uno bastante entretenido, tal y como se puede apreciar en el video a continuación.
No, no puede ser. Hasta me estoy disfrutando esto. No se supone que sea así. Si no puedo quejarme y vacilarme a Yulín por el desbarajuste de la transportación pública, ¿de qué voy a escribir entonces?
Al llegar a la parada de Sagrado Corazón, la multitud se bajó y caminó ordenadamente hasta donde estaban las guaguas.
De camino a la guagua sobraban los quioscos de auspiciadores ofreciendo sus productos. Una marca de bebida energizante con varias jevitas en minifalda hacía su agosto, cautivó bastante mi atención. También había un kiosco ofreciendo agua de coco, otro de una marca láctea ofreciendo chocolatina, otro de una marca de galletas ofreciendo su nuevo producto, y así por el estilo. El colmo fue cuando me topé con un DJ tocando en la recta final para entrar a la guagua. “Un DJ, mano”, me dije mientras miraba a DJ Toché con albercas en mis ojos, cual niño que dice ver alguna virgen católica apareciéndose en un monte.
Se caminó en paz hasta la guagua. Había bastante fila, pero la gente ni cara montaba. Es más, parecía que hacían la fila para montarse en una machina de Disney, como se puede apreciar en este video.
Cuando llegabas al final de la fila, dabas un pesito aquí o un pesito allá (voz de 'Coscu’) y pasabas al área de las guaguas. La diligencia de las personas era intrépida. Si fuese así todo el tiempo. No, no, mejor aún… Si la gente fuese así mismo a la hora de molestarse por los abusos gubernamentales o cuando toca defender alguna ideología social o política o cuando toca algo tan vital como sacar cara por las playas o la educación pública. Era increíble y a la vez agridulce, debido la 'eñangotaera’ perene del boricua cuando le toca luchar por lo suyo. Mano, ¿pa’ beber y joder hay un ímpetu camarón, pero para hacer patria la vagancia manda? Es más, si tan solo comenzáramos con destetarnos de la cultura del carro, y usáramos las bicicletas y la transportación pública, a lo mejor obligábamos al Gobierno a mejorar el servicio. Pero no, esto es una agria leche de lo que la juventud llama la 'SanSe’. Como dice un popular refrán de red social: Ay boricua, vete pa’l carajo.
Dejé a un lado mi análisis sociopolítico y mi agite marxista (voz de Dávila Colón) y me puse a hablar con la gente que tenía al lado.
“Que chévere esto, mano”, me dijo un muchacho como de cuarenta y pico llamado Robert, parado en la guagua a mi izquierda. “Yo vivo en Viejo San Juan, salí a buscar unos chavos a Santurce y ahora estoy virando. Si me he echao’ 40 minutos en la gestión ha sido mucho. ¿Tú crees que hubiese podido hacer esto hace seis, siete años atrás?”, agregó el tipo, abrazando un bulto repleto de agua de coco gratis.
“Muchacho, para mí las Fiestas de estos últimos años han sido las mejores. Estoy loca por llegar a ver a Andy Montañez. Este año traje a mi nieta, que no viene desde hace 10 años a Puerto Rico”, dijo mientras tanto doña Olga, señalando a su sobrina Jasmine, cuya mano aguantaba la baranda de la guagua al lado de la mía.
¡Qué decepción sentía! No había nada que criticar. Hasta se puede decir que la estaba pasando melaza. Pensé en Yulín, pues no era posible que un político en Puerto Rico luzca tan bien en una cuestión de logística o planificación. Siempre he sido crítico de Yulín, especialmente desde que la oí en una conferencia de prensa diciendo que le iba a poner un domo al Bithorn y tuve que aguantar la carcajada. Pienso que es la actual y flamante campeona mundial del melonismo y que en noviembre defenderá su título ante un emergente y habilidoso contendor colorao’, aunque no me cae mal, pues de ella emana alguna genuinidad que me parece interesante aun dentro de su neo colonialismo de sandía. Pero aquí hay que dársela, como organizadora y, claro está, como estratega de política partidista, pues en un difícil año de elecciones facilitó el baile, la botella y la baraja de forma magistral. Pensé también en Santini y casi me da pena. Casi.
Al llegar al área del Capitolio, rompí a caminar al lado de una pareja cuarentona de gringos con ansias de gozo y seguramente chavos para gastar. “So, how is it? Is it empty up there? Is it full?”, me preguntó Rick, de Minnesota, mientras su jeva Leslie ponía cara de Bedford Wives. Y pensé en Vico C, tal y como empieza esta crónica.
“No, San Juan is not way too empty. And it doesn’t feel very cold either”, les dije.
“Just have fun. Like me”.
Y lo seguí, aún sorprendido ante mi carencia de molestia.