Contexto

Una mudanza al año: el trauma y el rezago ignorados por el Departamento de Educación

No bien superaban los desplazamientos impuestos por la agencia o los desastres naturales, estudiantes de una escuela en San Juan y otra de Sabana Grande ahora esperan con incertidumbre por espacios seguros a donde regresar a estudiar.

Tres mudanzas de escuela en tres años. Esa ha sido la experiencia educativa de Zadiel y David. El primero vive en Sabana Grande, y ha tenido que moverse de la escuela Francisco Vázquez Pueyo a la Segunda Unidad David Antongiorgi Córdova. Ahora toma clases en línea como estudiante de la Escuela Vocacional Santiago Rivera de Yauco. El segundo vive en San Juan, y su peregrinación ha sido de la escuela Sofía Rexach a la escuela Fray Bartolomé de las Casas hasta terminar en la escuela Manuel Elzaburu y Vizcarrondo, donde cursa el Taller I en la filosofía Montessori.

Zadiel y David, de 14 y 9 años de edad, respectivamente, son parte de comunidades escolares que vivieron los efectos de la política de cierre de escuelas impulsada durante la última década por distintas administraciones en el Departamento de Educación (DE), los daños estructurales a causa del huracán María en 2017 y de los temblores de principios del 2020. Ahora enfrentan la enseñanza a distancia por la pandemia del coronavirus sin soluciones inmediatas ni temporeras a la brecha tecnológica.

A su vez, una nueva administración tomará las riendas del Departamento en enero de 2021 sin un plan encaminado para atender el rezago y las necesidades emocionales de las comunidades escolares y con cientos de escuelas sin el debido mantenimiento ni reparadas tras los daños causados por los terremotos.

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Hace sólo tres años, Zadiel, junto a 159 estudiantes de la escuela elemental Francisco Vázquez Pueyo en Sabana Grande se tuvieron que mudar a la Segunda Unidad David Antongiorgi Córdova porque los daños provocados por el huracán María obligaron la clausura del plantel por el DE. A la escuela receptora no pueden regresar tras ser clasificada no apta debido a los daños provocados por los sismos.

Una situación similar enfrenta la comunidad escolar bajo la filosofía Montessori en el sector Cantera de San Juan. A principios de 2018, mientras ocupaban la escuela Sofía Rexach, supieron que los mudarían a la escuela Manuel Elzaburu y Vizcarrondo. Aunque allí tendrían más espacio para su creciente matrícula, este último plantel necesitaba reparaciones tras el paso del huracán María, por lo que la mayor parte de la matrícula permaneció en la escuela Sofía Rexach mientras cinco grupos estudiaron en interlocking en la escuela Fray Bartolomé de las Casas. No fue hasta septiembre de 2019 que se concretó la mudanza. Un año después, la escuela Sofía Rexach fue cedida a la Corporación para el Desarrollo Integral de la Península de Cantera. “Así nos tuvieron un año completo. Fuimos a vistas públicas para ver qué iba a pasar, porque todo el mundo tenía la culpa pero nadie se responsabilizaba de lo que estaba ocurriendo con nuestra escuela. Formalmente nadie le daba la cara al director”, recordó Tatiana Santiago, quien es guía, como se identifica a las maestras en la filosofía Montessori. Tres meses más tarde, los 306 alumnos de la Escuela Elzaburu y Vizcarrondo debieron mudarse al local de la organización Boys & Girls Club del residencial Las Margaritas luego que su plantel fuera clasificado no apto después de los terremotos porque la base de una columna exterior del edificio principal está corroída y arriesga la estructura. Para el director de este plantel, José De Jesús Pérez, “la corrosión de esas vigas no tiene que ver con los temblores. Es falta de mantenimiento”. La clasificación de las escuelas producto de las inspecciones posteriores a los desastres ha sido cuestionada por las comunidades escolares, ya sea por la imprecisión de los daños que señalan para justificar cierres o, en el caso de los temblores, porque se hicieron de prisa y de manera superficial sin evaluar la sismo resistencia de las estructuras. La inspección posterior al huracán María de la escuela elemental Francisco Vázquez Pueyo de Sabana Grande no está disponible entre los documentos que ofreció el DE en su página web o en archivos de la Oficina de Infraestructura para corroborar los daños que expliquen su clausura. La mudanza tomó por sorpresa a la facultad. Los alumnos que necesitaban trasladarse entre la Escuela Vázquez Pueyo y la Segunda Unidad quedaron sin transporte, según recordó la maestra Carmen Montalvo. Foto por Abimael Medina | Centro de Periodismo Investigativo Deterioro en salones de la escuela Francisco Vázquez Pueyo de Sabana Grande. “El Gobierno les ofreció transportación y nunca se les proveyó. Los papás tenían que venir a pie desde [el barrio] Susúa hasta [el barrio] Maginas. Se adaptaron buscando pon”, dijo. Entre ambas escuelas, el trayecto toma 10 a 15 minutos en carro. Caminando, es una hora. La denuncia de esta maestra confirma las pocas probabilidades de los estudiantes más pobres para acceder a transporte u otros servicios, tal como destaca el economista José Caraballo Cueto en su estudio Aprovechamiento académico y cierre de escuelas en el que afirma que “los estudiantes desplazados tenían una incidencia de pobreza de 0.037 puntos porcentuales más que los no desplazados… es probable que estos estudiantes desplazados tengan menos probabilidades de conseguir transportación o de tener recursos que los apoyaran en la integración hacia la escuela receptora”. Montalvo, quien llevaba 27 años educando en la escuela elemental Francisco Vázquez Pueyo, contó que el huracán María “tumbó árboles, pero en cuanto a estructura, no vi ningún daño que fuera como para cerrar la escuela. Nos chocó porque pusimos la escuela preciosa”. En contraste, la inspección del plantel a donde fue reubicada junto a su hijo Zadiel, quien cursaba su último semestre de sexto grado, clasificó dos edificios como parcialmente aptos debido a filtraciones, daños en el empañetado, una columna agrietada y varillas corroídas. “El día que comenzaron las clases después de María, nos llamaron a las seis de la mañana. Nos reunieron en el comedor y nos dijeron, ‘ahora son parte de la facultad de la David Antongiorgi’, y todos nos miramos. Ahí fue el momento en que supimos que la escuela [Francisco Vázquez Pueyo] la habían cerrado”, recordó Montalvo. Foto por Abimael Medina | Centro de Periodismo Investigativo La escuela Francisco Vázquez Pueyo está inoperante a causa de la falta de mantenimiento. Hasta el 2014, Sabana Grande tenía 10 escuelas. Pero la política de cierres impulsada por administraciones de los partidos Nuevo Progresista (PNP) y Popular Democrático (PPD), sumada al huracán María, dejaron sólo cuatro planteles abiertos. Los terremotos en el suroeste los redujeron a dos parcialmente aptos en ese pueblo: las escuelas Luis Negrón López y Blanca Malaret. La directora de la Escuela Elemental e Intermedia David Antongiorgi Córdova, Jeannette Torres Santiago, dijo que “la planta nueva se puede habilitar, pero como las rampas de impedidos están unidas a esos anexos viejos, por temor a que un edificio de esos colapse, no nos permiten estar allí. Como continúan los sismos, el Departamento no está entrando a hacer trabajos [de reparación]”. El saldo emocional de los desastres “Los estudiantes que se enfrentaron al huracán María cuando estaban en kinder son los que ahora mismo tenemos en tercer grado. Los primeros cuatro años de estos niños han sido sumamente atropellados”, señaló la guía Santiago. Tanto los estudiantes de Sabana Grande como los de San Juan enfrentan la pérdida de sus escuelas, las mudanzas consecutivas y más reciente, el confinamiento al que obliga la pandemia. Este alejamiento de la escuela también los distancia de recibir las ayudas y servicios de psicólogos y trabajadores sociales para procesar los continuos cambios. Luego del huracán María, una muestra de 553 estudiantes entre los cinco a 17 años de edad encuestados para el estudio del Instituto del Desarrollo de la Juventud (IDJ), Los efectos del huracán María en la niñez de Puerto Rico, encontró que 23% mostró algún cambio de comportamiento. El cambio más observado fue la ansiedad, seguido de temor, tristeza o desánimo, problemas de concentración, desinterés en continuar estudiando y bajo desempeño académico. “No es un duelo de la noche a la mañana; trae una trayectoria. Aún cuando todos los años tenemos una temporada en que podemos estar afectados por una tormenta o huracán, todavía las escuelas del país no tienen un plan de acción para atender esa situación. Pasa el evento de María, escuelas que no se pudieron usar por meses, y luego los eventos telúricos que no han terminado. Quizá lo que nos indigna es que dejaron que la población quedara totalmente a la deriva. Luego viene la pandemia, y se entiende que todo el mundo tuvo que quedarse en su casa, pero no podía ser excusa para no tener un plan”, planteó Hilda Rivera Rodríguez, doctora en Trabajo Social y colaboradora del estudio del IDJ. Torres Santiago recordó cuán difícil fue el proceso de adaptación para los estudiantes, padres y maestros que recibió de la escuela Francisco Vázquez Pueyo. “Tuve que empezar a buscarle la vuelta a los padres y los maestros; estaban reacios. Se adaptaron, pero fue fuerte”, aseguró quien dirige la escuela David Antongiorgi Córdova hace 21 años. Los estudiantes también tuvieron sus escollos, recordó otro de los maestros desplazados, Luis Aponte. “Los nenes llegaron con otro uniforme; los tenían identificados. El uniforme era de color azul y les decían los pitufos, y los nenes se molestaban. Hubo estudiantes que se fueron porque no les gustó la escuela”, aseguró. Zadiel recordó que “no fue fácil acoplarse a los maestros. No es lo mismo que estar en la escuela que llevaba desde chiquito, pero me fui acoplando con mis amistades, hasta que pude salir de eso. Lloraba porque extrañaba la escuela, pero me fui tranquilizando”. Nancy Colón es trabajadora social en la escuela David Antongiorgi hace una década y coincide con los profesores Aponte y Montalvo en que la transición de los estudiantes de la escuela Francisco Vázquez Pueyo fue difícil. También sostiene que la transición a cualquier espacio físico que designe el DE, “puede ser hasta peor porque [estudiantes, padres y maestros] están con el temor de la pandemia”. Rivera Rodríguez recordó el ánimo que maestras y trabajadoras sociales entrevistadas para el estudio del IDJ observaron entre sus alumnos al regresar a sus planteles después del huracán. Pese a que “algunas escuelas no estaban totalmente habilitadas, no las encontraron como las dejaron, pero la alegría de volver a conectarse con sus amistades, profesores, volver a un lugar conocido y seguro, era más importante que todo”. La ansiedad, depresión o cambios en el comportamiento se volverán a manifestar en estas circunstancias de confinamiento, confirmó Rivera Rodríguez al tiempo que alertó porque la falta de información del Departamento de Educación sobre las necesidades y fortalezas para continuar el proceso educativo en los hogares significará más tiempo sin atender la salud emocional de los estudiantes y sus familias. “Cuando en marzo se decidió cerrar todo pues nos tomó de sorpresa a los niños y los adultos, y en un principio no se notaba la ansiedad de los niños; hoy día sí se nota. No tienen el espacio de socializar, de jugar al aire libre”, aseguró Santiago, quien ha logrado conectarse con casi todos sus alumnos. Luz Navarro recordó la ansiedad de su hijo David mientras esperaban por ocupar el plantel prometido por el DE desde el 2018. “Cada vez que se levantaba en la mañana eso era a decirme, ‘ma, ¿vamos otra vez para esa escuela [Fray Bartolomé de las Casas]?”, contó. El aprovechamiento académico promedio de los estudiantes del sistema de educación pública ha caído desde 2017 a 2019, de acuerdo a la investigación de Caraballo Cueto, pero para los estudiantes desplazados de una escuela a otra en este periodo el resultado fue peor. El DE toma en cuenta los resultados de las pruebas META en las materias de español y matemática para calcular el porcentaje de aprovechamiento académico de una escuela. “De 2017 a 2019 la puntuación promedio de los desplazados cayó por 0.23 puntos más que en los no-desplazados. Luego de dos años, continuaban mostrando una baja mayor en su desempeño académico que sus contrapartes”, destacó Caraballo. El desempeño de Zadiel se afectó con el desplazamiento, según recordó su mamá. “Era un estudiante de cuatro puntos y cuando llegó a la escuela David Antongiorgi sacó la primera D en su vida. El cambio no fue fácil. Tuvo que conocer nuevas amistades, porque muchas de las amistades se fueron para otras escuelas o a Estados Unidos”, dijo Montalvo. Para atender los rezagos académicos a causa de la pandemia, el saliente secretario de Educación, Eligio Hernández Pérez, propuso que el próximo semestre se implemente un programa de tutorías virtual o presencial en horario extendido subvencionado con fondos de la Ley federal de Ayuda, Alivio y Seguridad Económica de Coronavirus (Cares Act), pero no especificó a preguntas del CPI, cómo se coordinará el servicio o se identificarán las necesidades de los estudiantes. “Con la pandemia ha sido muy fácil decir ‘sigan en su casa’ sin haber hecho unos estudios de fortalezas y necesidades. Esa desventaja en la que los pone [a los estudiantes] en sus estudios hace que emocionalmente se afecten y eso va a traer repercusiones a largo plazo. Se está dejando en los padres y madres, con preocupaciones económicas bien grandes, la educación y salud mental de su niño o niña en ansiedad, depresión o con pensamientos suicidas. Sin contar que también estamos asumiendo que en muchos de estos hogares no hay violencia ni otros problemas sociales, y los hay”, expuso Rivera Rodríguez. El Departamento usó parte de los fondos del Cares Act para contratar psicólogos, pero aún faltan 279 de estos profesionales por reclutar. La agencia no ha explicado quién o cómo coordinará el ofrecimiento de este servicio de apoyo, sea en las escuelas o de manera virtual. “La preocupación [de otra mudanza] siempre va a estar presente, aunque estamos ubicados en la escuela Manuel Elzaburu. Como ya lo vivimos una vez, eso se queda presente durante mucho tiempo en lo que podemos volver a confiar en la palabra del Gobierno”, planteó Santiago. Rivera Rodríguez reconoce que el nivel de incertidumbre que supone la pandemia es traumático. “Quizá te encuentres estudiantes en escuela superior que digan ‘ya no me interesa [estudiar], le perdí la motivación’, y deserten”, por lo que sugirió que tanto Educación como el Departamento de la Familia (DF) en unión al Departamento de Recreación y Deportes (DRD), y la Administración de Servicios de Salud y Contra la Adicción (ASSMCA) desarrollen un “plan integral de cómo van a atender estas inquietudes de los jóvenes”, más allá de pedirles “espera”. Entre el abandono y la inercia se pierden escuelas El DE no ha presentado un plan de reparaciones para las 253 escuelas clasificadas como parcialmente aptas y otras 53 declaradas no aptas luego de los terremotos. Además, la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA en inglés) confirmó que sólo ha inspeccionado 79 de 157 escuelas en los 14 municipios declarados en emergencia desde enero para aprobar los fondos de asistencia pública. Según el oficial de Asuntos Externos de FEMA en Puerto Rico, Juan A. Muñoz, “las inspecciones se retrasaron debido a las restricciones de COVID-19”. Aunque el CPI ha pedido en dos ocasiones a Educación un plan para las escuelas del sur, la agencia se limitó a proveer un calendario de inspecciones, y a decir que se trabaja en reubicar a las comunidades escolares “a salones móviles (módulos o vagones) o interlocking, entre otras opciones”. Una subasta fue convocada por la Autoridad para el Financiamiento de la Infraestructura (AFI) para diciembre que incluye el diseño y construcción de un parque para escuelas en vagones en Guánica. El DE no ha ofrecido garantías sobre cómo mantendrán el distanciamiento físico entre estudiantes y maestros en estas estructuras ni cuándo abren las convocatorias para establecer espacios educativos en Peñuelas y Guayanilla. “La única que están considerando apta ahora en Sabana Grande es la [escuela superior vocacional Luis] Negrón López. En enero, si regresan [a clases presenciales], nos ubicarían en la Negrón López”, confirmó Torres Santiago. Según la directora de la escuela David Antongiorgi, este año su escuela tiene una matrícula de 492 alumnos, quienes tendrían que hacer interlocking con 701 estudiantes de la escuela superior. “¿Cómo es posible que nos saquen de una escuela que lo más que tiene son dos pisos y nos van a llevar a una superior de cuatro pisos con nenes tan chiquitos?”, cuestionó Montalvo, e insistió: “Soy la primera que si tiene que poner una carpa en el patio, ahí voy a dar la clase. No me voy a subir a un cuarto piso, que haga un temblor con esos niños tan pequeños”. Foto por Nahira Montcourt | Centro de Periodismo Investigativo Los hermanos Jeirialyz y Jehiel son estudiantes de la escuela Manuel Elzaburu y Vizcarrondo en Cantera, Santurce. Los protocolos de limpieza también son un factor que genera inseguridad entre madres como Jesmarie Santiago, presidenta del Consejo de padres de la escuela Manuel Elzaburu y Vizcarrondo, quien no enviaría a sus hijos Jehiel y Jeirialyz al plantel aunque la agencia autorice el regreso a los salones. “Empieza el semestre y los artículos de limpieza no han llegado. Los padres somos los que tenemos que suplir lo de limpiar, el papel de baño y todas esas cosas, porque siempre [en el DE] se tardan demasiado para suplir lo necesario para la escuela. Y si se limpiara como hay que limpiar, en las escuelas a mitad de año ya no tienen detergentes. ¿De qué vale que haga una requisición en enero al Departamento [de Educación] y que me traigan la compra en agosto?”, cuestionó. Foto por Nahira Montcourt | Centro de Periodismo Investigativo Jesmarie Santiago y Luz Navarro recogen almuerzos repartidos en la escuela Manuel Elzaburu y Vizcarrondo en Cantera, Santurce. A la derecha, el director de la escuela, José De Jesús. También recordó el daño a la columna señalado en la inspección hecha en enero “y eso no lo han arreglado”, además de la falta de mantenimiento al patio de la escuela que, según describió, “está hecho una selva”. La AFI firmó a principios de septiembre un contrato por $489,509 con Codom Construction LLC para las reparaciones de la escuela, que deben estar completadas para enero 2021. El abandono de la escuela Francisco Vázquez Pueyo por los pasados tres años parece más perjudicial que los propios sismos. Los edificios de un nivel se han convertido en caballerizas. Sacos que parecían contener alimento para equinos descansan recostados en una esquina, baldes con agua en algunos pasillos, y hasta una silla de caballos yace sobre una columna. Por una de las verjas que no está cubierta por la maleza, una yegua cobriza de cresta negra asoma el hocico en una pileta. La pintura gastada del edificio contiguo de dos niveles deja ver que allí estaban los salones de tercer grado. Por el costado se puede observar la junta agrietada de la escalera hacia el segundo piso. Este cuadro contrasta con el aumento en gasto de mantenimiento, $311.7 millones entre 2017 al 2020 “en parte para darle servicios a las escuelas cerradas”, señala la investigación de Caraballo Cueto, desmintiendo la justificación para cerrar 22 escuelas desplazando a 3,667 estudiantes posterior al huracán María. “Si mañana dijeran vamos a abrir las escuelas no lo pueden hacer porque las han dejado abandonadas. No se le está dando el cuido al edificio. Se habilitaron [algunas escuelas] para colegios electorales [durante las primarias de agosto], pero nos hace cuestionar, ¿cómo es posible que no se puedan abrir las escuelas o los comedores para proveer alimentos, o para que los jóvenes puedan ir en diferentes intervalos, con distanciamiento, a recibir asistencia social, psicológica, a buscar información? Un joven me decía el otro día, ‘¿por qué, si podemos ir al centro comercial, no puedo pasar un rato en mi escuela?’”, planteó la doctora Rivera Rodríguez. Estudiantes de menor edad extrañan de igual forma su espacio educativo. El prolongado ‘sí’ de la hermana de David, Jeinyanis, para expresar su deseo por el regreso a clases se cuela en la línea al conversar Navarro, también miembro del consejo que preside Santiago, y quien considera que la columna señalada en la inspección de la escuela posterior a los temblores de enero tiene remedio. “No es una cosa que la escuela no esté apta. Aquí [en Cantera] hay personas mayores que nos cuentan que esa escuela está bien hecha, que aguanta. Te digo con toda honestidad, como le estaba diciendo a mi esposo antier, si abren la escuela los nenes van porque sé con qué maestros cuento”, dijo. Con una tasa de positividad de 17% regresar a clases presenciales en enero, como sugiere el gobernador electo Pedro Pierluisi Urrutia, contradice las recomendaciones de organizaciones y profesionales de la salud. Hace apenas dos semanas, las escuelas públicas de la ciudad de Nueva York tuvieron que cerrar cuando la tasa de positividad sobrepasó el 3% durante siete días consecutivos. Además, un análisis del CPI de los datos oficiales mostró un aumento de 781% en la transmisión del virus entre niños y adolescentes, cónsono con el incremento en casos de COVID-19 en la población general en Puerto Rico. Zadiel siente que “no estaría 100% seguro en la escuela”, no tanto por el temor a contagiarse con el coronavirus sino por la secuencia de temblores que persiste al sur de la isla. “En la escuela que estoy tiene tres pisos”, comentó sobre la Escuela Vocacional Santiago Rivera de Yauco, donde comenzó el noveno grado en el taller de barbería este agosto, y que fue clasificada parcialmente apta luego de los terremotos.

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