GUÁNICA — “Quédate en casa”, esa es la campaña ahora.
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En este mediodía del último lunes de un marzo de cuarentena pandémica volvió a temblar acá. Fue una sacudida de esas que inquietan, de una magnitud superior a cuatro. La última vez que se sintió algo similar fue aquel 4.8 a principio del mes en curso, según consta en el registro de la Red Sísmica de Puerto Rico.
A orillas de la carretera #116, una familia le vende limones y miel de abeja a un policía estatal que sabe que, desde aquellos sismos que le robaron el sueño a miles, no abre el único supermercado del pueblo, porque está todo agrietado. La escena es muy particular. Hace dos semanas hay toque de queda en el país y la única actividad social en esta área la ofrece una vieja guagua amarilla donde por tres pesos se pueden comprar cinco buenos plátanos y algunas cosas más.
“Tenemos una familia que mantener”, explica Sheila Vega, una madre de 37 años que junto a su esposo e hijos apuesta al riesgo, a salir todos los días para buscarse el peso con papayas, piñas, guineos, cebollas, calabazas y hasta con hamacas artesanales. Sheila, que dice no haber sufrido daños materiales con los temblores, asegura que la clave de mantener a flote la familia en tiempos de coronavirus es tomar “las debidas precauciones” ante el riesgo de contraer la enfermedad que tiene al mundo al borde de la locura.
Ahora mismo, por ejemplo, Puerto Rico es la jurisdicción de los Estados Unidos con la menor cantidad de pruebas de COVID-19 por cada 100 mil habitantes, con promedio de 35. Se puede decir que el tiempo, en el marco de este panorama incierto, madura tan rápido como los frutos que se venden en este colorido puesto familiar. Un escenario, de nuevo, para volverse loco.
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Fotos: José M. Encarnación Martínez
“Después que sigamos las medidas correspondientes que establece la ley, podemos trabajar y generar ingresos para seguir adelante. [Podemos salir a vender] siempre y cuando se vele por la seguridad de uno y de los demás […] Antes de nosotros abrir, yo me orienté directamente con la Policía de Puerto Rico y ellos me informaron el proceso a seguir”, sostiene Sheila, con una tímida sonrisa en el rostro.
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Y es que los temblores emocionales todavía se sienten por estos lares donde abunda la roca caliza. A pesar de que esta familia mantuvo su techo cuando miles se vieron forzados a buscar refugió a la intemperie o en el estacionamiento de algún complejo deportivo de la región, el aspecto mental los tocó duro, particularmente con su niña de cinco años. Se vieron obligados a cerrar durante poco más de dos semanas. Eso, en esta coyuntura crítica, los anima a desayunarse el miedo con café. El más grande de los chamaquitos, por ejemplo, parece una máquina, vendiendo plátanos y lo que le pidan, mientras los chiquitines se entretienen jugando entre cajas de cartón.
Según Sheila, no hay otra opción que salir, pues de quedarse en casa no conseguirían el dinero para manejarse en plena crisis. No son agricultores. Los productos, sin embargo, son cosechados por manos puertorriqueñas en las fincas de la zona. Se levantan alrededor de las cinco de la mañana y comienzan su jornada, que de alguna forma u otra, claro está, también se ha visto afectada en estos días intensos.
“Como el toque de queda es hasta las cinco de la mañana, hay que buscar las mercancías alrededor de esa hora, que ellos [los agricultores] comienzan a laborar. Se nos hace un poco más difícil. Se atrasa todo por la situación”, explica.
Hasta el sol de hoy, la mentalidad de esta familia es de vender los siete días de la semana, de siete de la mañana a cuatro de la tarde. Nadie aquí usa guantes ni mascarillas. Ni los que venden ni los que compran, que son bastantes. Aquí se las ingeniaron y establecieron un perímetro con una cuerda. La amarraron de una cerca de alambres de púas y la extendieron hasta la avenida, “para establecer distancia”. El que se baje a comprar, como el oficial de la uniformada que consiguió sus limones y una buena miel producida en Puerto Rico, ocupa una de tres posiciones disponibles para hacer turno. Los demás, tienen que esperar en el vehículo.
“La preocupación [por el coronavirus] siempre existe, pero no se lo damos a demostrar a nuestros clientes porque queremos que se sientan satisfechos y seguros. Por eso tenemos un perímetro donde ellos piden, ya sea desde sus autos o donde solo pueden estar tres personas a una distancia razonable para poder atenderlos”, detalla Sheila, mientras la gente compra y se va con una regularidad considerable.
Alrededor de diez vehículos se han detenido. Los limones y la miel se van como pan caliente. Lo que permanece y se multiplica —sin querer— es la preocupación.
“La preocupación más que todo, por nuestros niños y los envejecientes. La seguridad de nosotros mismos y que no pudiéramos operar nuestro negocio, que es de lo que dependemos. Como en Guánica no tenemos supermercado ahora mismo, porque sufrió daños con los temblores, la mayoría de las personas vienen aquí a buscar sus productos. Actualmente, hay un colmado operando, pero el supermercado del pueblo no está disponible en estos momentos”, detalla Sheila, quien asegura que, de ser necesario, también realizan entregas a domicilio y hasta preparan órdenes vía telefónica.
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Fotos: José M. Encarnación Martínez
“Estamos trabajando, porque tenemos que seguir adelante. Tenemos una familia que mantener”, insiste Sheila.
Cuando dan las 6:12 de la tarde, Puerto Rico registra 174 casos positivos, 931 negativos y 794 pruebas pendientes. Se han recibido 1,105 resultados y seis personas han perdido la vida. Esos números, por supuesto, cambian demasiado rápido.