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Norman H. Dávila: La voz que abre las compuertas

El Calce se sentó a hablar con la leyenda de la hípica puertorriqueña y emblemática figura del deporte nacional, Norman H. Dávila.

Norman

En el mundo del deporte hay voces emblemáticas que desarrollan un imaginario permanente en la memoria de la fanaticada. En Puerto Rico, por ejemplo, cuando se habla de baloncesto es inevitable para muchos recordar a Manolo Rivera Morales con su “apúntenlo”, con su “te lo dije” o “sus manos arriba”. En el béisbol, se habla de la elegancia del relato de Héctor Rafael Vázquez y en el hipismo los más viejos se acuerdan de Agapito “Pito” Rivera Monge, mientras el resto de los mortales han tarareado alguna vez el “ya abren las compuertas y están en carrera”, de Norman H. Dávila.

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Norman, un hombre que se alimenta de la historia deportiva desde sus años de chamaco criado en Santurce en la década de 1950, está próximo a cumplir cinco décadas narrando carreras de caballos. De muchacho, Norman se aventuró a iniciarse en el mundo de la hípica, allá para 1971. Fue sin querer queriendo. Tomó la decisión de narrar un cartel hípico casi por accidente. Narrar carreras de purasangres no le había pasado nunca por la cabeza, ni siquiera cuando hacía hipódromos de bolita para jugar a las carreras de canicas en los alrededores de la Calle Loíza.

Repasar la memoria de Norman es ojear las páginas de un libro que se comenzó a escribir en el recuerdo, cuando él tenía siete u ocho años. Allí, en Santurce, según cuenta, lo que se respiraba era deporte y salitre. No había televisión y, por tanto, era imposible vivir sin tener contacto con el béisbol y los caballos.

Cuando se le pregunta a Norman quién es él, dice que es una persona que ha intentado vivir entendiendo el deporte como una actividad primordial en la vida, desde que tiene uso de razón. Eso explica por qué se tomó su cafecito en el béisbol superior a mediados de la década de 1960 y también arroja luz para entender cómo llegó a dirigir torneos de voleibol y baloncesto superior. Él es un maestro de la educación física y ve la vida con los matices que señaló Howard Gardener con su teoría de las inteligencias múltiples. Además, es un periodista que desarrolló ojo clínico en los diarios El Mundo, El Día y El Vocero.

Foto: Dennis Jones

Experiencia y conocimiento

A Norman siempre le gustó escuchar a los adultos hablar de sus épocas. Combina la experiencia con el conocimiento y se aventura a reflexionar el pasado en el marco de la escena actual del deporte puertorriqueño. En eso ha probado ser un jockey braceando a dos manos en la recta final. Lleva tiempo probándose en el circuito radial, como panelista de La Descarga Original, espacio donde actualmente comparte micrófonos con Joaquín Porrata, Carlos Uriarte y Raymond Pérez, y donde hace un tiempo también se combinaban las voces de Paquito Rodríguez y el legendario Elliot Castro.

Pero, ¿cómo llegó a las carreras de caballos el hombre de la voz que todavía abre las compuertas en el hipódromo Camarero?

“A Pito lo contrataron para trabajar en televisión con una compañía de productores que encabezaba el difunto Luis Vigoreaux. Ellos tomaron los derechos de las transmisiones de las carreras por televisión. Te estoy hablando de finales de los 60 y principios de los 70. KQ Radio empezó a buscar narrador. Probaron seis o siete personas y Mariano Artau me preguntó si me atrevía a narrar una carrera, porque no habían contratado a nadie. Dije que iba pa’ encima”, confiesa riendo.

“Yo había escuchado a Pito y a otros grandes narradores de Latinoamérica. También el estilo norteamericano, que es mucho más pausado y seco, frío. Lo fundamental era desarrollar mis propios términos hípicos. Pito tenía los suyos, palabras de la calle, como “se fueron a la lucha”, “la curva de las margaritas”, “le paga”, “lo talonea”, “último recogiendo el fango”, términos que él utilizaba para pintar las carreras y que luego la gente utilizaba en la calle. Yo tenía que hacer algo distinto, que no se pareciera ni en terminología. Pito tendía a recrear el escenario y lo hacía dramático. Rivera Morales hacía exactamente lo mismo en el baloncesto. Así se captaba la imaginación del público”, añade.

Ser los ojos de quien escucha

Para Norman, narrar en radio es convertirse en los ojos de quien escucha. El fin de esa transmisión radial debe ser que el que escuche tenga la visión más exacta de lo que se narra. Esa fue su filosofía de trabajo antes de la televisión.

“Yo me dije que iba a tratar de mejorar la narración de Pito diciendo dónde estaban los caballos cada cien metros, más o menos. Fui con eso claro y me llevé una grabadora al hipódromo, como cuatro días antes de mi prueba. Me fui bien arriba al Grand Stand, pero bien arriba para que nadie me oyera. Me grabé y después me fui a casa a criticarme yo mismo. La prueba parece que salió bastante bien y me llamaron más tarde por otra casualidad”.

Un entrenador de caballos, que narraba muy bien, fue el elegido para narrar las carreras por radio, pero tenía que dejar de entrenar ejemplares para ocupar el puesto. Se quedó entrenando y Norman asumió el turno al bate.

ENTREVISTA COMPLETA: 

“Traté de establecer mi vocabulario, me inventé lo de las compuertas. Nuestros deportes principales vienen o de Inglaterra o Estados Unidos. Y en el hipismo nos habíamos quedado con toda la terminología en inglés: jockey, paddock, el starting gate y por ahí seguimos. Y en lugar de yo decir starting gate, decidí decir ‘arrancadero o aparato de dar salida’. En vez de decir post time, digo ‘hora de salida’. En lugar de paddock, digo ‘área de ensilladero’. Así hay otros términos distintos que han servido para formar una identidad que considero muy importante”, manifiesta.

Para la voz que abre las compuertas, la carrera de más emoción es el Clásico del Caribe, el principal evento hípico de la región. Ha tenido la oportunidad de narrar todas las carreras ganadas por caballos de Puerto Rico, con excepción del evento ganado por el ejemplar Wiso G, narrado por Pito en 1968. Recuerda con emoción, igualmente, las veces que Pantalones Santiago lo llevó a Nueva York a narrar el Wood Memorial de Bold Forbes (1976) y el Belmont Stakes de 1978. El resto en la vida de Norman ha sido una larga cosecha de éxitos profesionales.

“La vida me ha puesto las oportunidades de frente y yo me he dedicado a vivir al máximo cada una de ellas”, reconoció, cual caballo no reclamable que cruza la meta al frente galopando en las manos y sin necesidad de fuete.

 

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