Comentario

Madres: cuando la histeria se viste de mujer

Madre hay solo una.

 

Esta columna fue publicada originalmente en mayo de 2014 en un periódico nacional.

Mañana celebraremos el Día de las Madres, fecha en que nos reunimos en familia para que las madres tomen los regalos sin usar que otras personas le dieron en Navidad y que no le gustaron, los empaqueten lo más chévere, y se los den a otra tití que los recibe con hipocresía. “Ay, mira, unos estiletos espigados con escarcha de ’ Gloria’ dos sizes más grandes. Justo lo que yo quería”, dicen con las muelas de atrás al recibir el agasajo para que no se forme un lío y a la abuela no le suba la presión. Entre sandwichitos de mezcla, ensalada de coditos y la tía jamona sirviendo de esclava en la cocina, verán a todas esas mamás risueñas y gozosas en el bembé de la cigueña. Mientras ellas se dan puños en los senos, exhiben bien guillás su maternidad y se contonean al son de ’ía’ de Olga Tañón, todos olvidaremos lo mucho que lloraron y pataletearon cuando aquella legendaria prueba de embarazo rajó el positivo.

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Si los papás fueron creados para la titánica tarea de sacar la basura y para hacernos pasar bochornos, las mamás fueron diseñadas para estar en constante histeria. No hay madre en el mundo que no sea una exagerá, dramática, extremista y profeta del desastre. Lo vimos con las mujeres de otras generaciones, en que un simple catarro era la precuela de la inminente pulmonía provocada por una maligna y nociva brisa nocturna a la que ellas llamaban “sereno”. Aparentemente ese viento cargaba las diez plagas de Egipto y todas las calamidades del apocalipsis, pero ellas se empeñaron en ponerle un nombre que no asustaría ni a Bambi, porque así es que ellas controlan el monopolio del pánico.

En esta época en que vivimos día a día a través de las redes sociales y que la competencia entre madres cruzó las fronteras geográficas del barrio y rebasó los límites de la mesura, ahora TODOS los chamaquitos sacan puras A en la escuela, ganan la carrera del pavo, son hackers, dan masucamba en el ’ Bee’ y hasta saben identificar en un atlas los países que componen Latinoamérica a la edad de 5 añitos. Y esas son las madres más conservadoras y tímidas, porque las que lactan a los nenes hasta los 12 años, aseguran que sus hijos son una mezcla de Albert Einstein y He-Man.

Han cambiado las décadas, pero su facilidad para inflar cualquier evento sigue intacta. Sus eufemismos salvaron nuestra autoestima, y aunque tipos como yo a las edad de 8 años teníamos el mismo cuerpazo de Normando Valentín a sus 40 otoños, ellas decían “nene, tú no eres gordito, sino husky”. Luego nos íbamos creyéndole el cuento a la autora de tus días, y tan pronto una mosca se posaba sobre nuestras pipas, la camisa se desgarraba frente a la nena que te gustaba.

Con las madres llegamos a la conclusión que no importa cuántos años tengas, a esa misma edad ella hacía más cosas que tú, tenía dos trabajos, pagaba la hipoteca y aguantó un huracán amarrá a una mata de plátanos. “En mis tiempos todo era más difícil”, dicen con los ojos bien abiertos y con el mismo tono de voz de Morgan Freeman antes de empezar a contarte una catastrófica historia del remoto 1971. La narración nunca tiene un orden lógico pues las muy listas y canchanchanas alteran datos a su conveniencia, pero la moraleja siempre es la misma: “yo sé todo lo que haces…TODO”.

Cuando eres niño, aprendes que hasta el arroz amogolla’ con jamonilla guisá de tu mamá es todo un plato exquisito entre los chamaquitos de África. “Cuando yo falte en este mundo es que me van a valorar”, dicen pujando una lágrima para jugarte con la mente, y pa’ que te comieras con culpabilidad la bendita maicena ’ estómago’ que te convirtió en enemigo público en la guagua escolar. Al crecer empiezan a ejecutar con sarcasmo y a meter puya con “si tu amigo se tira de un puente, ¿tu también te tiras?”, dejándote esnúo de argumentos y totalmente desarmado, porque cualquier cosa que contestes sales perdiendo.

En la adolescencia ya se convierten en detectives y hasta descifran la serie ’’ con solo ver dos capítulos. Puedes ser el artesano de las más monumentales mentiras, y tu mamá te lee la mente como el calvo de los X Men. Su malicia femenina las tiene entrenadas a no dejarte pasar una. Sales con una bola de baloncesto y el ’’ para realizar dicho deporte, y se tiran el punzante “¡eh, eh, eh! ¿Pa’ dónde vas?”, dejando a uno aturdido porque no sabes si es una pregunta capciosa o simplemente lo hacen para desafiar la lógica. En mi caso mi mamá hasta pasaba por la cancha para ver si realmente estaba jugando y no estaba delinquiendo o con mala juntilla. Yo estoy seguro que la persona que hizo la campaña de “no a las drogas” en que un adulto siniestro le daba cigarrillos de marihuana gratis a un niño en una escuela elemental, fue ideada por una mamá esquizofrénica; porque en todos mis años escolares los 50 chavitos que nos daban no servían ni para mantener con caché y dignidad el vicio de Icee.

Con el tiempo vamos apreciando más a nuestras madres, y reconociendo la importancia de ellas en nuestra formación como adultos. En el minuto en que dejamos el nicho y empiezan a inundarnos las responsabilidades, nos damos cuenta y comenzamos a entender todo lo que hicieron por nosotros. A mi edad puedo decir con franqueza que muchas de las cosas que criticaba de ella, yo las hago ahora, incluyendo la afición a pasar mapo cada noche como si mi vida dependiera de ello. Creo que nunca he visto a mami parar de atarearse, y en un mundo en que toda herencia se mide por riquezas materiales, ella me enseñó dos cosas que no tienen precio y que definieron mi vida: el honor que da el trabajo duro y a nunca dejar de tener fe. La he visto abatida, pero no vencida. La vi despojarse del más mínimo y módico gustito por sus hijos, y presencié como se fajó sin descanso solo para que a mi hermana y a mí no nos faltara nada.

A pesar de todos los malos ratos que le he dado a lo largo de mi majadera, impia y bullanguera existencia, me quiere y acepta con todos mis defectos. Con ella nunca voy a carecer de un plato de comida, ni de un consejo que me levante en el peor de mis momentos. Lo que Dios no me proporcionó en altura, me lo dio en problemático y cizañero, y si no hubiese sido por sus reglas, sus “aquí a las 10:00 pm” y sus chancletazos, no sé en que tipo de cárcel tercermundista estaría ahora mismo metido. Ahora con la nieta le toca un segundo turno al bate, y observo con asombro como la “mano dura” se va desvaneciendo ante las travesuras de la infanta. No importa, que continúe con los besos, abrazos y alcahueterías, que de lo demás me encargo yo.

Mamaces, no hay amor más profundo, desinteresado y verdadero que el de ustedes. La huella en sus crías será indeleble, y sus enseñanzas los guiarán cuando ya no su presencia física no esté. ¿Recuerdan cuando hace algunos años atrás su vida consistía en estudiar, janguear o trabajar, y no tenían idea de cuánto se podía querer a otro ser humano? La vida cambió desde aquella prueba de embarazo… pero fue para mejorar. Continuen con sus eternos regaños, cantaletas y sermones, porque después de tanto amor -y uno que otro tajo de cesárea- soportar su histeria es lo de menos.

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