Contexto

Kobe: el jugador que odié y admiré

Cuando era chamaquito solía dibujar muchísimo, y ni me enteraba que las horas pasaban, mientras con un lápiz le daba forma en una libreta a las cosas que me pasaban por mi cabeza. Una maestra de arte en la escuela Abraham Lincoln en Ponce me dijo varias veces que tenía que seguir puliéndome porque -según ella- yo era bueno, pero en mi casa las cosas no estaban bien económicamente, así que aunque la maestra me insistió varias veces, nunca me atreví a decirle a mami lo mucho que quería tomar clases de dibujo. Mi mamá siempre me dijo que estudiara y trabajara duro para que no pasara lo mismo que ella, pero ella no sabía que yo no era bueno para la escuela porque mi mente volaba a la mínima provocación y tenía problemas de concentración, aunque sí tomé su consejo de trabajar duro en todo lo que hiciera. Crecer en una casa donde la falta de dinero es el mayor problema te hace madurar temprano, y crecer antes de tiempo te puede traer muchas cosas que no deseas, entre ellas la frustración y el coraje… y yo me llené de las dos.

En mi preadolescencia el basket llegó a mi vida, y con una bola y un canasto podría canalizar mi energía y mi coraje, así que olvidé los dibujos en mi libreta y decidí dedicarle al baloncesto todo mi tiempo. Me crié en Los Caobos en Ponce, y en esos tiempos la cancha era un sitio bastante hostil. En los bleachers estaban los socios jugando a ser titeritos, y en la cancha tenías que meterle lindo y bello o ser bueno al puño porque tarde o temprano ibas a tener que darte a respetar en esa selva de cemento. Mientras mi vida como estudiante se iba por el chorro, el baloncesto me daba gloria en mi pequeño mundo. Los halagos y el respeto por mi trabajo en la cancha se hacían algo nuevo y adictivo, y cada tarde iba con mis vecinos a matarnos en la raya. No había piedad, y perder no era opción. Estando ya en décimo pasé muchísimas horas jugando bajo el sol, y también lo hice bajo la lluvia; incluso, me escapaba de la escuela para jugar porque era esa cancha el lugar donde podía probarme y eso me encantaba. Competir en un deporte y tener victorias es algo que puede cambiar la vida de un simple chamaquito, puede darle una disciplina que llevará consigo el resto de su vida y puede demostrarle que ser un ganador es una opción real. El baloncesto me enseñó que podía lograr muchas cosas, no solo con esfuerzo y dedicación, sino con cerebro y maña.

Con el tiempo y las responsabilidades que llegan con la edad, me alejé de la cancha, pero mi amor por el deporte nunca murió, así que mis panas y yo nos reuníamos en Hollywood Café o en otro sport bar para ver los juegos de NBA y observar las hazañas de nuestros ídolos. Fue en esa época que comencé a detestar a Kobe Bryant. Mis amigos siempre fueron fanáticos de Kobe, pero yo no porque era fan de Allen Iverson. Fueron muchas las discusiones que tuve con ellos porque detestaba la “arrogancia” de Kobe, sin saber que yo estaba más cerca de su forma de pensar que en la dejadez e indisciplina de Iverson; de hecho, el mismo Iverson dijo que cuando él estaba jangueando en los clubs, Kobe estaba entrenando. Indirectamente Kobe siempre estuvo en las vidas de los chamacos de mi generación: crecimos con noticias de que él sería el sucesor de Jordan, luego dejar el pellejo en cancha, nos hizo encabr***r cuando destruyó a nuestros equipos favoritos, los vimos convertirse en leyenda viviente ante nuestros ojos y nos hizo llorar cuando se chavó el tendón de Aquiles y aún así regresó a la cancha casi sin poder caminar para terminar su trabajo. No olvido su último juego, ese día salí de mi turno en el periódico a las 8:00 PM, corrí para el supermercado a comprarme un six pack de cervezas porque yo tenía que ver jugar por última vez al tipo que detesté por mucho tiempo. Kobe logró que yo me convirtiera de hater en fanático, y así le pasó a muchos. El respeto se gana… y él se lo ganó una y otra vez.

Con la pérdida de Kobe el mundo entero ha llorado, y quizás muchas personas que no siguen el deporte no lo entienden, pero este tipo sencillamente fue un role model pa’ un montón de gente. Perseverancia, trabajo duro y hambre de triunfo. Incluso, cuando tuvo acusaciones de haber violado a una mujer y su vida personal estaba bastante jodí*, el tipo aceptó que su carrera estaba en la cuerda floja, se desquitó en la cancha todo lo que sentía y fue ahí que nació “el black mamba”. Kobe siempre tuvo una admiración por Jordan (como todos los que crecimos viéndolo jugar) y siempre trató de perseguir a su role model. Kobe perseguía la excelencia y no tenía miedo en decir que quería ser el mejor. En estos tiempos donde hay tantos vagonetas, conformistas y personas negativas que bajo discursos “románticos” perpetúan la mediocridad, las personas como Kobe hacen falta. Meter coj**es, tener éxito y saborear las victorias no es malo; necesitamos más gente que inspire a sacar lo mejor de nosotros, que debemos tomar consejos de gente exitosa, y a no hacerle caso ni dejarnos comer la chola por cualquier bacalao que no haya logrado nada. En este mundo hay muchos que hablan… pero pocos los que toman acción y viven lo que predican.

Kobe, siempre te vamos a recordar. Nunca olvidaré lo mucho que me hiciste enojar con esa maldita ‘jumpa’, ni olvidaré las veces que me callaste la boca. Mucho menos podré olvidar todos los ratitos bonitos que me regalaste con los panas viéndote jugar. Gracias por enseñarnos a soñar en grande, Kobe.

“Lo más importante es intentar e inspirar a las personas, para que ellos puedan ser grandes en lo que sea que quieran hacer”. #MambaMentality

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