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Ser infiel no era parte del plan, pero pasó...

Hablamos de sexo, con Capela Love.

Serle infiel a mi marido nunca fue parte del plan. Lo amaba mucho. Pero ni yo misma sabía lo aburrida que estaba sexualmente.

Yo le adjudicaba mi falta de ganas a que, pues, ya llevábamos mucho tiempo juntos, que ya no era una chamaquita y el libido había disminuido, o a que el sexo no es todo en una relación y lo importante es lo mucho que nos queremos. Bullshit.

Entonces una noche salgo a cenar con un querido amigo de la niñez que estaba recién divorciado. Nunca me había gustado porque bueno no está. Pero esa noche pasó algo raro. Tuvimos una conversación superinteresante que incluyó nuestras respectivas dudas existenciales, como arreglar el despelote de la política puertorriqueña y hasta análisis de experiencias “out of body” que ambos creíamos haber tenido. Hablamos de cosas serias, nos reímos con ganas y resolvimos uno que otro problema mundial entre copas de Chardonnay.

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De repente vi a mi pana con ojos diferente. Me comencé a sentir excitada. Quedé fría. Eso nunca me había pasado con nadie en más de una década de matrimonio. ¿Qué carajo me pasa?, pensé. Si, porque según yo, “eso” (entiéndase bellaquera) era algo que ya no formaba parte de mi vida. Sí, Pepe.

Bueno, el tipo, que es una persona inteligente, se dio cuenta. Al principio como que no sabía como tomárselo, pero esa etapa solo duró un ratito. Al poco tiempo, ya estábamos besándonos. Mi cabeza era una vorágine de emociones encontradas. El amor por un hombre y el deseo que me despertaba este otro giraban en mi cabeza como las aspas de una licuadora en high. Terminamos en la cama y aquello me supo a gloria. Me sorprendió cuanto me gustaba aquello que yo decía que no era importante. Me vi de repente cara a cara con una realidad que había tratado de ignorar: sí que me importaban y me hacían falta los orgasmos, el problema era que en casa no los tenía.

Hago una pausa aquí porque ya puedo escuchar a un@ que otr@ diciendo que invento excusas para una conducta reprobable por muchos en nuestra sociedad. Pues crea lo que quiera y viva como quiera, yo solo expongo una realidad muy personal y una experiencia que dista de ser ideal, pero de la que aprendí mucho  como mujer.

Aquello duró poco. Ambos sabíamos que no tenía futuro alguno, y un día sin más ni más se acabó y ya. La experiencia me dejó deprimida y confundida porque crucé una frontera de la que nunca pensé estaría cerca. Me puso además en contacto con la dolorosa realidad de que en casa ya no cultivábamos algo que es imprescindible para una relación exitosa.

No es un cuento de hadas lo que acabo de narrar, lo sé. Pero no me voy a castigar ni a vivir con sentido de culpa por ello. El sexo entre los casados hay que cuidarlo y cultivarlo como si estuviéramos reconquistando al jevo o a la jeva todas las noches. Si no, se rompe el encanto. Lo que queda es un páramo en el que poco a poco muere también el amor.

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