Contexto

El caserío le hace frente al olvido

Por: José M. Encarnación Martínez 

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Hay guerra en algunos rincones de Bayamón y del resto del área metro, pero en Barbosa y Sierra Linda quieren evitar quemar la brea. Eso dicen. Y se nota.

Se sabe que la calle está caliente en estos días, pero más ahora. Eso dicen. Por eso el primer chamaco que se postéa en la esquina del residencial desenfunda un walkie talkie cuando nos ve cruzando el portón principal del caserío con flow de quien no quiere la cosa. 

Mano derecha al bolsillo, media vuelta y tira el primer aviso. No pasa un minuto y aparece uno, aparecen dos, aparecen tres y cuando se asoma el cuarto tipo en el último balcón del segundo edificio del fondo, un combito de chamaquitos menores de diez años sale corriendo a darnos la bienvenida. Están descalzos, ropita sucia, algunos enfermos, pero todos sonrientes porque llegó un poco de ayuda al barrio. 

Un grupo de enfermeras voluntarias de los Estados Unidos decidieron llegarle a Bayamón para meter mano con la gente buena que, a pesar de los pesares, sigue nadando contra la corriente.

Recapitulamos. Estamos aquí, en Barbosa, justo al frente del primer edificio, a unos pasos del portón principal, ante la mirada de los chamacos de la esquina y comenzando a ver los rostros condenados al olvido tras el paso de María. Y no, no es culpa del gobierno, dicen. 

Pero bueno, han pasado más de dos semanas desde que el décimo huracán más poderoso de la historia del Caribe nos acribilló con sus potentes ráfagas de viento y, mientras sigue pasando el tiempo, la tensión entre los más vulnerables sigue creciendo por la falta de atención. 

Aquí es mediodía y el sol aprieta. No hay comida en Barbosa. Tampoco hay comida en Sierra Linda. Ni FEMA ni nadie se ha asomado por aquí. Eso dicen. Ni siquiera han recibido las cajitas con dulces que han estado repartiendo los federicos por los 78 pueblos. 

[metroimage ids="43-33616" ] Paquete entregado por FEMA en Luquillo.

Pero estamos nosotros. Digo, las enfermeras están aquí. Ellas vinieron desde lejos a ofrecer sus servicios voluntariamente y nosotros simplemente observamos. Y escribimos, porque nos prohibieron grabar y tirar fotos desde que pusimos un pie adentro. 

“Hablan inglés, hablan inglés”, le cuanta una nena a la mamá. “Son de Estados Unidos y ella es rubia”, sigue contando la nena mientras se restriega el cuerpecito con el hand sanitizer que le regaló una de las voluntarias. Ella es una de las menores enfermas. Pero nada, lo que tiene es un catarrito. Nada grave.

En Barbosa y Sierra Linda hay niños con infecciones en la piel. Son varios. Otros, muchos, tienen conjuntivitis. ¿Y el agua?

“Hay agua. Viene un camión cisterna un día sí y otro no”, asegura doña Lillian desde el balcón de su apartamento en Barbosa.

“Eso es allá en Barbosa, porque aquí en Sierra Linda lo que han traído es agua sucia en un camión y han pasao cuatro días desde que no vemos agua potable”, dijo, por su parte, Alexandra, luego de recibir tratamiento para su conjuntivitis.

Alexandra es madre de dos, lleva tres días con fiebre y diarrea. Sus dos hijos, una nena como de 12 y un chamaquito como de 15, también están luchando con los achaques del momento. Pero de nuevo, las enfermeras llegaron para meter mano. Y bregaron, no comieron cuento.

“El agua llegó sucia la última vez. Uno sin carro se las tiene que ingeniar para buscar comida en el Choliseo. Y mira, hasta Clorox le estamos echando al agua para bebérnosla”, indicó.

Luego de 45 minutos caminando, volvió a aparecer el primer chamaco de la esquina. Walkie talkie en mano zumbó el segundo informe. Esta vez, para informar que cumplió con la misión de dar por terminada la estadía de la prensa.

Y se asomó uno, se asomaron dos, y tres, y cuatro, y salió el quinto, pero ya no valía la pena seguir contando. Las enfermeras hicieron lo suyo. Los chamaquitos nos despidieron cantando. Y eso, que hay guerra en algunos rincones de Bayamón y del resto del área metro… Pero en Barbosa y Sierra Linda quieren evitar quemar la brea. Eso dicen. Y se nota.

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