Contexto

Cuando el mínimo federal no da pa' vivir, el punto es una opción

En estos tiempos, repasamos esta columna de hace unos años...

Un reguetonero es acusado por portación de armas y por estar vinculado a una ganga de Cataño. Al momento del arresto, tenía una “humilde” Glock, seis Percocet, dos celulares y un “chenchito” de 700 pesos. El juez dicta la sentencia no sin antes dar un speech tipo películas de superhéroe. Como si fuera Batman, el togado se abraza a “la justicia”, el mismo Batman que pertenece a una clase privilegiada, y que desde una butaca con todo a la mano se olvida que cuando la ambición entra en el corazón de los que nacieron con poco, la decencia se va.

La multitud afirma, porque lo que dice su señoría es verdad, pero la Ley no cuenta la otra parte de la historia: la que habla de cómo el tipo llegó a esas circunstancias. Nadie sueña con terminar en admisiones con el mameluco, después de haberse lambío’ los turnos dobles en el residencial pa’ salir de la pobreza.

El abogado de defensa intenta mezclar el fundillo con la primavera al hablar de la libertad de expresión y de Dr. Dre. El licenciado suda la gota gorda porque virarle la tortilla al juez no va a ser fácil. Su cliente no es un santo, eso to’ el mundo lo sabe, y sus canciones no hablan de unicornios azules ni se imagina un mundo como el que quería Lennon. No relata cuentos de fantasía, porque de donde es él las oportunidades son limitadas, y cuando creces escuchando las balas sonando como tambores no puedes tejer cuentos de Disney.

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Dejarlo libre no es una opción, porque ese seguro va a ser reincidente en unos pocos meses, como tantos otros que con expediente mancha’o, su única opción al salir es trabajar en un restaurante de comida china cobrando una miseria por debajo de la mesa o volver a bregar en la calle.

El juez tiene una última carta y saca uno de sus videos para darle a los presentes las prueba “inequívoca” de que el sujeto es un problema. Sonó el mallete y le echan ocho años al tuerto…el tipo va guarda’o. El discurso del juez se hizo viral y la sociedad cree que ganó. Nos olvidamos que el mismo día que arrestaron a ese chamaco, otro socio tomó su posición. Un nuevo Pacho cogió la herramienta, se la enganchó en la cintura, y se dio un sorbo de Heineken pa’ bajar las ’’ porque la babilla a veces hay que fabricarla. Nueva carne de cañón se pone las Jordan… otro titerito está puesto pa’l trabajo.

El reguetón desde sus inicios está ligado al bajo mundo, a la pobreza, a las barriadas y al ghetto. Muchos escogen la música como un escape, pero no todos tienen el talento, y cuando quieres tener torta, friendo papas al mínimo federal no vas a lograr tener tickets, así que la esquina siempre te abre los brazos. “Hazte rico o muere en el intento”, como diría 50 Cent.

Cercados en el caserío, el negocio corre. Los peones velan la finca de cemento y se matan unos a otros, mientras los hacendados se echan fresco desde un lugar con aire acondicionado. Nadie dice na’, y nos acostumbramos a los titulares sangrientos aunque “lejanos” a nuestra comunidad, pero cuando las balas cruzan la frontera de Monte Hatillo y Berwind, los “paladines de la justicia” se acuerdan que hay un sector que día a día se acuesta con una escopeta sonando de la’o a la’o. ¿Cómo entra la droga? To’ el mundo sabe, pero nadie sabe dónde termina el billete largo porque los verdaderos jefes no andan en fourtrack por el barrio.

La sociedad te dice que si no tienes un buen carro, ropa cara y billete pa’ gastar, eres un fracaso; lo malo es que no to’ el mundo viene de familia de alta alcurnia o tiene un apellido bonito, y cuando el de abajo quiere lograr lo que la sociedad le dijo que hiciera, se da cuenta que no es tan fácil y que el american dream es pa’ unos pocos na’ más. Ellos, tú y yo queremos tener lo mejor… y ahí es que viene el dilema de cómo lo conseguimos.

¿Les decimos a los Pacho de la vida que deben estudiar para lograr tener dinero y que con el duro esfuerzo van a lograr todo lo que se proponen? Pfffttttt. Ustedes saben que eso es una mentira. Miren a miles de boricuas sembra’os en la clase media, los mismos que dejan el pellejo en el trabajo, y su salario da ganas de llorar. No patrocino la violencia como un método para ganarse la vida, pero el Estado no puede venir a venderse como una monja cuando sus actos a la clase trabajadora son violentos. Violencia no es solo sacar una nueve milímetros y usarla, sino que también lo es exprimir a un pueblo, vaciar sus bolsillos y obligarlos a andar como zombies sin esperanza alguna de un mejor futuro… y en eso el gobierno de esta isla es un sicario. Entonces, el Estado que mantiene un clase alta de blanquitos en el poder y que oprime, ahora también quiere dar clases de moral y a dar discursos vacíos de “hacer lo correcto”.

El que niegue la violencia que el reguetón narra es porque anda pensando en pajaritos preñaos. Así es Puerto Rico, y el chamboneo va a seguir mientras haya una desigualdad social tan marcada. Nadie quiere morir pobre, y esos chamacos tienen en la cabeza que es mejor fallecer joven, haber probado los excesos y tener “el respeto de la calle”, antes que vivir pelao y en el atraso.

Los chamaquitos no ven como héroes al que vende hot dogs legalmente ni se identifican con el que brega el ’’ en un almacén, sino con los bichotes que lo tienen todo antes sus ojos porque lamentablemente en estos tiempos no hay honra en el sudor. Los niños crecen idolatrando al Buster, a Coquito, al primo que está preso, y al bichote que le organiza una fiesta de Día de Reyes al caserío, porque saben que en este país el dinero lo puede comprar casi todo.

El negocio de la droga no va a frenar, y esos chamaquitos que hoy juegan basket en la cancha, mañana son los que van a cocinar la droga y van a andar con el martillo para darse a respetar. La guerra en la calle no terminará y la sangre en la cuneta no va a parar con un speech “contundente”, porque la mentalidad del blin blin no se va a eliminar mientras la sociedad te diga que eres por lo que tienes. También hay que parar de repetir el mensaje hipócrita de que todos tenemos las mismas oportunidades y aceptar que la Ley se envalentona dependiendo del apellido del que vaya a juzgar.

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