Domingo. 12:55 m. He perdido la noción del tiempo. Que fácil sucede en esta larga espera poshuracán. Todo se ha trastocado. La antigua normalidad comienza a dar paso a otra en la que precisamente esperar es la constante.
¿Qué se espera? Cada caso es distinto. Se espera, desesperadamente, alguna noticia sobre el familiar lejano de quien no se sabe nada todavía. Se espera la luz eléctrica que es como esperar a Godot. Espera tortuosa. Se espera el agua. ¡Uf! Un chorrito que salga por la pluma sería espectacular para al menos aplacar la ansiedad y el calor. Esto es un horno. Y los inodoros ya destilan humores insoportables. Esperamos.
Vivir así requiere disciplina, y mucho más. Hay que tener un grado enorme de estoicismo y sobre todo buen humor. Sí, buen humor. Un humor a prueba de balas. Un humor que se convierta en el mejor bunker del mundo. Juego a hacer de mis carencias un vacilón, una excusa para inventar y gozar con otras cosas. No estoy solo. Tengo a mi familia que ya de por sí es una ganancia. De repente descubro que también tengo unos vecinos y vecinas que igual andan en esas. Antier apenas nos saludábamos y ahora estamos en esta comunión huracanada, bregando con lo que hay y con lo que no hay.
Un amigo me regaló un libro llamado La violencia está en nosotros, publicado en 1970 por James Dickey, un norteamericano de Georgia, Atlanta. Dijo que me gustaría mucho. Que lo había leído y se le parecía a mí. El sabrá. El caso es que el de Dickey fue uno de los que escogí para leer durante el huracán. No me quejo, la selección fue acertada.
(TODAS LAS FOTOS: Reinaldo Josué Hernández para EL CALCE)
Y leyéndolo me topo con lo siguiente:
“Decidí que la supervivencia no estaba en los remaches ni en el metal, ni en las puertas de seguridad dobles, ni en las piezas de mármol del ajedrez chino. Estaba en mí. Era para el hombre y dependía de lo que él pudiera hacer. El cuerpo es lo único que no se puede falsificar; solo tiene que estar ahí.”
Me quedo pensando en eso. La supervivencia. En mí. En estar ahí. Pienso en lo que se hace y en lo que dejo de hacer. Pienso en lo que hacemos y en lo que dejamos de hacer. Pienso en todo lo que ponemos en hold durante esta larga espera que es lo que marca las horas y los días poshuracán. Pienso en lo que ahora le damos paso. Supervivencia. Me gusta esa palabra. Creo que cualquier cosa sirve. Hasta observar con entusiasmo ese pájaro carpintero que muy presto comienza su faena de reconstrucción apenas horas después de pasado el huracán. Que afán el suyo. Que ganas de comenzarlo todo de nuevo. Observarlo me da alegría. Se lo muestro a mi hijo que le hace una foto y se entretiene mirando la mancha roja de su pecho.
Y pienso que el tableteo del pájaro carpintero es mucho más que un sonido grato. Nos dice en clave morse que nos levantaremos. Claro que sí. Lo dice.
(Nota del editor: Esta crónica es parte de distintas colaboraciones que realiza para El Calce el escritor e historiador Josué Montijo, con motivo de la catástrofe del huracán María)