22 de julio 2021,
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Trujillo Alto, Puerto Rico
Fui una palma feliz….
Viví más de 20 años dando sombra y frutos en un parque lleno de árboles. Con los años, he visto crecer familias, urbanizaciones y centros comunitarios muy cerca. Desde este rincón, he aguantando vientos y lluvias torrenciales. Es una de mis funciones principales, proteger a las familias.
Pero hoy todo acabó…
Me cortaron con una sierra. Escuché que una comunidad, muy cerca de nosotros, pidió que nos mataran, por miedo a nuestros cocos. Pero estoy confundida. Antes, nos buscaban por nuestros frutos y ahora, nos odian. Siempre he pensado que quienes mejor nos ven son lxs pequeñxs, que se acercan con curiosidad, miran nuestros troncos, agarran nuestras hojas y frutos y levantan su mirada hasta nuestras coronillas. Ellxs nos ven, realmente nos entienden. Aquí compartimos el espacio con hermanxs húcares, un almendro, flamboyanes, reina de las flores, una teca majestuosa, un árbol de María, enormes árboles de caoba y otras palmas.
Todavía no puedo entender por qué nos matan por los cocos. Me tumbaron a mí, que era de las más grandes, primero. Desde aquí vi caer a varias palmas, pero se me hizo difícil contabilizar. Me pusieron contra una pila de troncos sobre la acera, como si fuera basura y me fueron picando con una sierra filosa. Antes de morir, escuché a una mujer que bajó a defendernos. Ella fue nuestra voz en medio de esta masacre. Le advirtió a los hombres, con maquinaria pesada y a un señor que sacó documentos y permisos del gobierno, sobre nuestro valor. Gritó, refutó y defendió las palmas que iban a cortar. En mi caso, era muy tarde.
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Ya me habían cortado y apenas podía escuchar a lo lejos sus reclamos. Fui desfalleciendo poco a poco. Escuché cómo les habló de nuestra hazaña en época de huracanes. Recuerdo bien uno, hace muchísimas lunas atrás, cuando nos azotó feroz. Esa vez nos doblamos de mil maneras, por tal de proteger a la comunidad. Las lluvias y vientos fueron impresionantes. Comenzó una mañana y estuvo días soplando. Este parque se llenó de escombros, pero resistimos y les salvamos.
Aún no entiendo a esta raza humana, que va por la vida destruyendo a sus aliados. Es como si quisieran quedarse solos ante lo que les viene. Los pájaros y las abejas cuentan cómo han ido desapareciendo las zonas verdes. Cuentan desde el aire, que cada vez hay más cemento. Las maquinarias construyen cerca de las olas y destruyen los nidos de tortugas. Pelan las montañas de vegetación, mientras los vertederos crecen como volcanes. El panorama de las aguas también es grave. Las playas tragan microplásticos, los manatíes mueren con rapidez y los ríos casi secos, se llenan de basura. Miro de reojo lo que va quedando de este parque y voy muriendo con una pena profunda. Pienso que se acercan años de mucha guerra contra nosotros.
Lo cuento, desde el fondo de mi tallo, ahora partido, con la esperanza de que alguien escuche, nos defienda y de la voz de alerta. Vamos muriendo, vamos dejándolos. Apresuren la marcha, antes de que lleguen vientos más fuertes y los arranquen de raíz. Crónica de una palma moribunda, según le narró a Gloribel Delgado Esquilín, luego que el Departamento de Recursos Naturales y Ambientales, diera la orden de cortar 8 palmas en un parque en Trujillo Alto, porque alegadamente las palmas tiraban cocos y le molestaba a una comunidad aledaña.
(Nota del editor: La autora, Gloribel Delgado Esquilín, es periodista y, sobre todo, puertorriqueña.
H.A.)