Acostumbrado a verle todas las mañanas, me pareció que mediaba diariamente un cordial saludo entre nosotros. Invariablemente sentía que la salutación ante tal estímulo tan habitual era un acto reflejo, casi imperceptible, por lo ordinaria y corriente de mi respuesta. Bastaba mirarlo y era como darle los buenos días.
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Siempre estaba ahí, divisándolo a todas horas desde mi sala; distinguiéndolo a veces, entre las sombras de la noche, desde mi habitación; avistándolo, sin proponérmelo, al entrar y salir del estacionamiento del condominio en que vivo.
Constantemente ahí, exhibiendo sus formas sin pudor, su abandono y sus miserias. Enseñando las huellas de los excesos de otras épocas y también la hermosura de su cuerpo. Porque no faltó quien lo mirara de frente con deseo y algo de cariño.
Fue parte de la historia de Santurce, habitante de la calle Loíza que se hace Condado y Parque. Casi en la frontera con el sector Minillas y a pasos de la Wilson. Se trata del viejo teatro Riviera, hoy derrumbado.
Si antes daba por segura su presencia confortable y consoladora, desde mi apartamiento ahora solo veo las ruinas de sus murallas y columnas, piedra sobre piedra amontonadas. Dentro de poco, ni eso, porque habrán desparecido las últimas señales de aquella obra de albañilería para la fantasía glamorosa del cine de estrellas de los 30 y 40.
Porque ese teatro no fue para mi asunto de las viejas memorias de los que en aquella sala disfrutaron de alguna película, o de cierta producción teatral allí vista. Ni soy de los que puedan evocar algún episodio de romance furtivo paladeado entre aquellas paredes sin poder precisar probablemente hoy los detalles del que fue rostro o cuerpo deseado.
Mi amistad con el Riviera, ya en total desamparo, surgió por hacerme habitante de su vecindario hace unos tres lustros. Poco a poco, fui advirtiendo su fachada art-deco miamense de años treinta entre hongos, vidrios rotos y graffiti. Sus formas redondeadas simulaban la máquina en movimiento del llamado estilo Streamline Moderne.
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En ocasiones se me antojaba una especie de esfinge protectora del sector fronterizo donde vivo. Aunque una esfinge sin preguntas ni respuestas fatales. Solo el notable testigo de las miserias de este Santurce castigado por la demolición indiscriminada, la edificación arbitraria y la rehabilitación urbana sin considerar el tejido social comunitario.
Pero el tiempo pasa inexorable y le tocó el turno a echar a tierra al Riviera. Verlo caer a golpes de tractores con palas excavadoras y enormes taladros, ciertamente fue un espectáculo triste, porque borra trazos de esa línea de la mano que es Santurce, fundada en el siglo XVIII, y de la ciudad capital que ya celebrará en el 2008 su quincagésimo aniversario de su establecimiento en Caparra y en el 2019, sus 500 años de su “nueva” ubicación en el islote.
Decía Italo Calvino en sus Ciudades invisibles que “la ciudad no explica su pasado, pero se encuentra en ella como las líneas de una mano, escrita es la esquinas de las calles, en las rejillas de las ventanas, en los pasamanos de las escaleras, en los pararrayos, en los mástiles de las banderas…”
Precisamente uno de los mas gráciles exponentes de ese estilo festivo y fascinado con el cine y la máquina en movimiento ha desparecido. Quedan el Hotel Normandie, el Metro y el Matienzo, entre otros a lo mejor proyectos en vía de extinción.
No faltará quien diga: “Pero si se trata simplemente de un edificio abandonado desde hace mas de dos décadas, ubicado en un sector de alta densidad poblacional, justo en la parte norte de Santurce. ¡Imagínate!” Otro dirá: “Es asunto de un nuevo desarrollo del Hotel Pierre y ya los que por allí viven se acostumbrarán al nuevo entorno visual.”
Así las cosas parece ser que al Riviera no son muchos los que lo recuerdan con cariño, su abandono de décadas borró la huella del afecto. Pero yo no puedo mirar aquellas ruinas sin volver a ver sus murallas despintadas, su vanidosa presencia malrota y malhadada.
El Riviera, sin apenas darse cuenta, se hizo tranquilamente parte de mis afectos. Porque en este rincón de la Loíza y el Condado no puedo ver los derredores sin darle mis saludos de costumbre a ese monumento al desenfado que siempre estuvo allí como mudo cómplice del trabajo, el placer y la ternura.
No hubo compasión con el Riviera, ¿será posible que la haya para Santurce? ¿Continuará la ciudad transformándose por virtud de la necesidad del automóvil o volverá a prevalecer la escala humana de la ciudad? ¿Seguirán las calles y el asfalto devorando las pocas áreas verdes que todavía quedan disponibles? ¿Seguirán desapareciendo los espacios de tolerancia o se impondrán los espacios de exclusión? ¿Sobrevivirá la diversidad en Santurce?