Comentario

2 x $1.00

Opinión de Ariadna Claudio Ortiz

No. Seré clara con el lector y conmigo misma. No estoy de acuerdo. Pero no es por nadar contra corriente ni pretender ser “la antisistema de moda”; es porque viví la pobreza.

Y la pobreza suele tener un sabor peculiar. La pobreza sabe a 2x$1.00, esos números que ponían en rojo en el shopper del supermercado del barrio, y mi madre corría a comprarlo antes de que se agotara en la góndola.

Ese sabor no es el de manzanas verdes bañadas en yogur griego, ni el de la quinoa, tampoco sabe a barras de granola o jugos verdes (“booster” les dirían ahora, cerca de casa los venden. Es una bebida verde gigante por el módico precio de $10.15; creo que cuesta eso porque después de beberla tus espermatozoides se volverán más fuertes y ágiles. Sí, debe ser eso).

El 2x$1.00 sabe a galletas “favoritas” (galletas de waffle de vainilla y azúcar), sabe a mini bolsas de “cheetos”, al paquete de 8 latas de Malta India, o a la caja de empanadillas Kikuet (que con ese especial puedes coger una caja de pizza y otra de carne y desayunas toda la semana).

Sí, lamento desilusionarte. Sé que el matcha no está en el sabor a pobreza, ni tampoco lo está ese económico chocolate de Dubái con relleno de pistacho que ahora venden hasta en los puestos de gasolina.

Es como si un comité en las nubes que cena caviar decidiera endulzarnos la pobreza y darle solo a los ricos su porción de algas con carne de cordero. Todo muy sano. Es por esto que estoy en contra de regular la publicidad de los alimentos poco sanos. ¿¿¿Con qué derecho??? ¿¿A cuenta de qué se quieren meter en mi alacena?? Con lo dulce que sabe la pobreza. Y no, antes de que pienses que intento “romantizar la pobreza”, aclaro que no es eso.

Pero me parece una sátira de mal gusto que el mismo gobierno que te sube el precio de los huevos, la leche y el pan, intente sugerirte qué debes comer. Intenten decirte que cuides bien a tu familia, que los matarás de un ataque de colesterol.

Te dicen: “Lo estás haciendo mal, ya no más anuncios de padrinos a 0.89 centavos en Econo. Queremos cuidarte. Nos preocupamos por ti”.

¡VÁYANSE AL CARAJO! Es como regañar al niño al que nunca le diste un lápiz y te quejas porque no sabe escribir. Me suena igual a cuando me dicen en Burger King que ya no me dan sorbetos de plástico para salvar a las ballenas, cuando las multinacionales siguen produciendo plástico a mansalva.

Pero claro, la muerte de las ballenas es mi culpa. Mía y de mi combo de sándwich italiano mediano. Solo nuestra. Antes de andar prohibiendo la publicidad de ciertos alimentos, ¿por qué no nos educan primero?

Porque sí, es importante comer mejor, pero ¿quién demonios nos enseñó a hacerlo? A ver, ¿por qué no mandan a los niños a la escuela a aprender a cocinar en vez de rellenarles la cabeza con ecuaciones que no van a usar nunca en la vida? O mejor aún, ¿por qué no nos enseñan a entender lo que estamos comprando en vez de prohibirnos los productos que nos gustan? De nada sirve prohibir la comida chatarra cuando el sueldo no te alcanza ni para comprar una ensalada, pero eso sí, te dicen “cuídate” mientras suben el precio del arroz.

La gente no necesita que le quiten los anuncios de malta o de galletas “favoritas”, necesita tener el poder adquisitivo para comprar lo que de verdad le conviene, sin tener que sacrificar el almuerzo para pagar la luz.

Pero claro, el gobierno prefiere ponerle un precio a la salud, mientras hace como si la culpa fuera nuestra por no saber qué diablos es el matcha. Al final, nos venden salud mientras nos matan de hambre, y nos piden que seamos conscientes de lo que comemos, cuando ni siquiera nos dan la oportunidad de elegir lo que queremos poner en la mesa.

No se puede sancionar a un país que nunca ha sido educado sobre qué llevarse a la boca, mientras los huevos cuestan 8 dólares la docena y tienes una familia de 3 o 4 personas que alimentar. Las personas que cobran dietas de lujo y cenan orgánico en restaurantes exclusivos no tienen ni idea de lo que significa decidir qué poner en la mesa cuando el sueldo no te alcanza ni para comprar el pan. No pueden pretender que corra cuando ni siquiera me enseñaron a caminar, y para colmo, le echaron jabón a la pista.

¿De qué sirve hacerme sentir culpable por lo que como si lo que me ofrecen es lo que puedo pagar? La gente que dice “es que hay que comer saludable” nunca ha tenido que elegir entre comprar fruta o pagar la renta. ¿Y qué pasa con las familias que no tienen acceso a ese supuesto paraíso saludable? Mientras te dicen que dejes de comprar los “malos” alimentos, ellos siguen viviendo como si nada, con sus dietas gourmet pagadas por el Estado, sin entender que no estamos todos en el mismo barco.

¿De qué sirve prohibir lo que no podemos tener, si no nos enseñaron a navegar el mar de opciones que ni siquiera tenemos a nuestro alcance?

Así que, mientras seguimos peleando por que nos enseñen a comer y a vivir sin tener que vender un riñón para alimentar a nuestra familia, los que deciden por nosotros seguirán cenando en restaurantes con vista al mar, olvidando que la mayoría solo ve el mar cuando sube el agua del fregadero.

Las soluciones fáciles como prohibir la publicidad de comida chatarra no nos van a salvar.

Lo que necesitamos es un sistema que no nos mire desde su pedestal de quinoa y kale, sino que entienda que el verdadero sabor de la pobreza no está en los anuncios ni en las dietas de moda, sino en el maldito precio de los huevos y el pan.

Pero claro, mientras sigan diciéndonos que lo hacemos todo mal, seguirán ignorando que, al final, la única cosa que realmente tenemos en común es el sabor a 2 x$1.00.

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